Historia argentina: la historia del Pabellón Argentino

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Historia argentina: la historia del Pabellón Argentino

Por Alejandro Franco – contáctenos

Desidia: el gran estigma de la historia argentina. Porque en nuestro país han existido – y existirán – proyectos de todo tipo: desde los útiles hasta los monumentales y egocéntricos, construcciones faraónicas que nunca se concretaron o se hicieron y se dejaron venir abajo por la falta de preocupación de los gobernantes. ¿Y todo por qué?. Las excusas son variadas y todas son válidas: desde que los proyectos fueron pretextos para robar de manera impune a causa de los sobreprecios en el proceso de construcción (y el uso de contratistas amigos), hasta el acérrimo odio político del gobierno siguiente hacia las obras de su predecesor, intentando arrebatarle cualquier intento de dejar una muestra material de su existencia. Y, por supuesto, la torpeza y la inutilidad, el carecer de criterio para conservar cosas ya terminadas que sí valían la pena. ¿Cuántos hospitales monumentales nunca fueron terminados y se convirtieron en albergues de personas sin techo?. ¿Cuantas obras fueron dinamitadas por haber quedado a la mitad?. Cientos, quizás miles de proyectos inconclusos, ya fueran edificios, esculturas, vehículos, aviones,… y la lista sigue hasta ser interminable.

El ejemplo que ahora nos ocupa es una de las mas grandes injusticias cometidas por la burocracia argentina. Una construcción de calidad inimitable, de gusto exquisito que prefirieron demoler antes de desarmar. Porque el Pabellón Argentino podría haber sobrevivido tranquilamente reubicado en otro predio (y listo para ser apreciado por generaciones futuras) pero un puñado de políticos de cuarta categoría prefirieron tirarlo abajo para agrandar la plaza San Martín (ubicada en Retiro, Buenos Aires) antes de salvar un edificio de importancia histórica.

La era de las exposiciones mundiales

En 1889 Francia decidió organizar una feria mundial – con motivo del centenario de la Revolución Francesa – y Argentina decidió estar presente. Ya que la economía venía en alza, decidieron elaborar algo monumental como stand, una magnífica carta de presentación ante el mundo de la floreciente república sudamericana. Para ello decidieron llamar a concurso para recibir propuestas para un edificio que fuera tan imponente como desmontable. El concurso para diseñarlo lo ganó Albert Ballu, un egresado de la École des Beaux-Arts que tenía un largo historial de méritos en Europa. El presidente Juárez Celman le da el visto bueno y Ballu crea una estructura de 1.600 metros cuadrados, hecha de hierro y vidrio, adornada con grandes estatuas y dotada de 1.000 lámparas celestes, blancas y rojas. Las múltiples cúpulas del edificio eran de cobre mientras que las partes planas eran chapas de zinc. El pabellón tenía vitrales por todos lados que representaban a San Martín, Moreno, Belgrano, Rivadavia, Urquiza, Sarmiento y otras máximas figuras de la historia argentina. y todo ese esplendor estaba acompañado por la estructura metálica, pintada íntegramente de dorado.

Como era un stand, su interior tenía de todo: una maqueta de la recientemente fundada ciudad de La Plata – considerada un prodigio de diseño -, muestras de cereales, maderas, lanas, cueros, mármoles, vinos, carnes congeladas y otras actividades agropecuarias argentinas, y una galería de fotografías monumentales sobre los edificios mas importantes del país.

Interior del Pabellón Argentino

Interior del Pabellón Argentino

Cuando la exposición terminó, el Pabellón Argentino fue desarmado y embarcado para Buenos Aires. El drama con que se encontró al llegar es que  la situación económica argentina había sufrido un vuelco enorme y una brutal inflación azotaba el país, con lo cual no sobraban recursos para dilapidarlos en la reconstrucción del edificio. Aparecieron partidarios de rematar (o desguasar) el edificio para recuperar algo del dinero invertido en su diseño. Si el Pabellón Argentino sobrevivió en ese momento (1893) fue gracias a la gestión del intendente porteño Francisco Seeber, que se hizo cargo (junto con el Estado Nacional) de los gastos de traslado y montaje. Una vez armado, el Pabellón Argentino tuvo varios usos:

  • fue concesionado comercialmente por el lapso de 15 años al ingeniero holandés Juan Waldorp, el cual se había encargado de montarlo sobre los restos del Cuartel de Artillería de Retiro (al cual tuvo que demoler en el proceso);
  • se hicieron varias exposiciones e incluso un par de ampliaciones; la cervecera Bieckert montó una confitería en una de sus nuevas alas, la cual no tuvo éxito y cerró;
  • en 1900 se convirtió en el Museo de Productos Argentinos de la Unión Industrial Argentina;
  • en 1910, después de varias idas y vueltas, al final el Pabellón Argentino encontró un uso fijo: ser la sede del Museo de Bellas Artes, el que residiría en sus instalaciones hasta 1933. Para ello hubo que invertir en acondicionarlo ya que su estructura de vidrio y hierro la convertían en un ambiente muy húmedo para albergar obras de arte.

Lamentablemente la suerte del magnífico edificio estaría echada. El intendente de Buenos Aires de aquella época, José Guerrico, quiso unificar la Plaza San Martín con la Plaza Británica (hoy, Plaza de la Fuerza Aérea) para generar un corredor de espacios verdes. Ello implicaba expropiar los edificios que estaban en la zona y remodelar la Plaza San Martín donde estaba emplazado el Pabellón. Corría 1932 y pronto comenzaron las obras de desguase. Las piezas quedaron a la intemperie durante 2 años en un lote baldío ubicado en Figueroa Alcorta y Austria, con lo cual el estado de deterioro impidió cualquier intento de rearmarlo. Dicho esto, el Estado Nacional decidió rematarlo por partes; su estructura metálica, sus esculturas, todo su arte fue desperdigado por distintos lugares de Buenos Aires y el conurbano, y gran parte de la estructura quedó en manos de particulares o abandonada en municipios del Gran Buenos Aires.

El grueso de la estructura del Pabellón Argentino permanece abandonado en un campo en Merlo. Los herederos del comprador original intentaron ofrecérsela al Estado Nacional y al gobierno de Buenos Aires – e incluso la ofertaron por Mercado Libre en el 2014 al precio de millón y medio de pesos de la época – pero nadie mostró interés en adquirirla. Otra muestra mas de una Argentina gloriosa que lució todo su brillo en el albor del siglo XX, y que hoy se encuentra arrumbada y derruida en un campo abandonado, ante el olvido de quienes no saben respetar (y valorar) lo que significa la historia.

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