Historias de vida: venciendo el prejuicio a los ansiolíticos

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Los medicamentos siquiátricos no envenenan nuestro espíritu; reestablecen el equilibrio químico de nuestro cuerpo y mente para que seamos funcionales. Cuando nos altera una herida emocional no existe otra manera de recuperar el balance; pero, para ello, debemos ser fuertes y superar los prejuicios – propios y ajenos -, ya que es la única manera de que tengamos un buen nivel de vida.

Historias de vida: venciendo el prejuicio a los ansiolíticos

Por Alejandro Franco – contáctenos

Debemos aprender a perdonarnos a nosotros mismos. A reconocer nuestros errores. A conocer nuestras debilidades y aceptarlas. Somos seres emocionales y, como tales, somos susceptibles a los cambios en nuestro entorno. Una discusión, una situación desagradable, un agravio, una traición… todo nos afecta. El ser humano tiene capacidad de recuperación pero es limitada si la situación que nos lastima se prolonga en el tiempo. El mejor consejo es apartarse de aquello que nos daña, de las personas tóxicas, de las mentalidades retorcidas y equivocadas… pero no siempre se puede. Este es un mundo donde hay obligaciones y necesidades, en donde hay lazos que no se pueden cortar y sacrificios que a veces no se pueden hacer. Lo único que queda es resistir y armar un plan de escape, encontrar la vía para salir de esa situación opresiva.

El concepto de justicia es realmente muy limitado en el mundo real. No siempre la gente mala recibe lo que se merece, no siempre el individuo que lastima recibe castigo. En realidad todo se trata de la comprensión de la naturaleza humana: cuando la gente lastima, es porque alguna vez han sido lastimados. Es un círculo vicioso de abusos y emociones encontradas donde las víctimas se vuelven victimarios cuando tienen el poder y los inocentes de turno son las personas menos indicadas, gente que jamás vió venir semejantes desplantes por parte de una persona de confianza o de un familiar al que amamos.

Entender que los sucesos de la vida nos dañan y de que hay personas dañadas con comportamientos dañinos es dar el primer paso en la comprensión de lo que nos sucede. ¿Somos mártires que debemos soportar todo?. En absoluto. ¿Debemos perdonar a quien nos lastima?. Yo creo que la mejor respuesta es: debemos apartarnos de la persona que nos lastima. No estamos en la vida para comprender, ayudar y perdonar a gente que se ha salido de sus carriles. Estamos para sobrevivir, para ser felices, para apartarnos del dolor cuando es provocado por la actitud viciosa de alguien cercano. Si esa persona tiene un daño emocional que lo impulsa a oprimir a quienes están cerca o debajo suyo, es su problema, no el nuestro. Sólo se sana la persona que reconoce que está enferma y busca la ayuda adecuada. No es nuestro deber intentar curar a quienes nos lastiman porque el opresor jamás reconoce que está equivocado o que está haciendo daño. Si el destino lo quiere, en algún momento podrá darse cuenta de su comportamiento vicioso pero si no, estará toda la vida así.

¿Y qué pasa con nosotros?. Pues si caen bombas lo único que puede hacerse es salir de la zona de bombardeo, no ir y hablar con el piloto del bombardero para convencerlo que está matando gente con sus acciones porque ese individuo, mentalmente, ya tiene una misión. y si es un individuo  dañado emocionalmente, su sensibilidad se ha arruinado hasta el punto de ver el daño y serle indiferente. Entonces si el agresor no puede ser redimido (no quiere hacerlo ni es nuestro deber hacerlo) entonces debemos salir de su radio de acción y pensar en nosotros mismos.

Pero si el tiempo me ha demostrado algo, es que la gente puede pedir ayuda pero a veces no acepta los medios para solucionar las cosas. El abuso emocional prolongado o una situación shockeante pueden desmoronarnos y podemos descubrir que tenemos debilidades escondidas desde hace tiempo. Nadie es de hierro, nadie permanece imperturbable frente a algo emocionalmente estresante. Reconocer que algo nos afecta e ir a buscar ayuda es el primer paso en solucionar un drama que nos sobrepasa. Todos tenemos heridas emocionales – sea por parte de nuestros padres, de gente que conocimos, de jefes y compañeros de trabajo, de compañeros de escuela, de noviazgos turbulentos, etc -, sólo que en determinadas situaciones esas heridas quedan al descubierto. En mi caso, yo pude resolver la mayoría de prejuicios y dramas que conllevó el divorcio de mis padres cuando yo tenía 7 años; pero hubo una herida subterránea que estuvo latiendo durante mas de cuarenta años hasta que me tocó adoptar a mi nena y ver que ella llegaba a la misma edad que yo tenía cuando mis viejos se separaron. Un cuadro de ansiedad y suposiciones catastróficas (infundadas por cierto) que surgieron en el deseo de sobreproteger a mi hija y evitar que el mundo la lastimara… o que yo repitiera la suerte de mis padres y mi matrimonio se deshiciera. Son proyecciones mentales, no situaciones reales… pero la mente te engaña y te atormenta porque el fondo hay un rezago de tu pasado que sigue molestando.

Si la situación nos abruma… ¿cuál es el problema de acudir al sicólogo o al siquiatra?. ¿De sacar nuestros trapitos al sol frente a alguien que puede tratar estas situaciones, darnos consuelo y brindarnos recetas de cómo enfrentarlas?. Pero el prejuicio siempre está, la idea estúpida de que si uno visita a un siquiatra está loco o de que está mal visto. ¿Acaso esos que opinan son los que nos van a curar, nos van a ayudar con nuestra drama?. ¿O son meros opinadores, gente que se sienta en un trono y decide lo que está bien y lo que está mal en la vida de las personas como si fueran sabios cuando en realidad no lo son?.

Lo primero que tenés que saber es que la opinión de los demás no importa. De que si llegaste hasta este punto y sobreviviste, entonces sos un campeón de la vida, alguien curtido que ha pasado muchas batallas y muchas tormentas y el único que puede entender lo que realmente te está pasando. Hay gente con vida mas acomodada que no ha pasado ni el 5% de los dramas que has vivido, o gente que se maneja por conceptos tan conservadores y anticuados que resultan ridículos. Es tu vida y solo vos puedes decidir sobre ella. La lástima de los demás no es una cura; la cura es sacarse toda la mierda interna hablando de todos tu miedos con un sicólogo. y cuando la situación se escapa de las manos, acudir al siquiatra para que te recete los remedios que corresponda. A veces la terapia sola no ayuda; podemos vaciar nuestro odio y nuestros temores en la charla con un especialista pero a veces nuestro espíritu sigue con miedo. y eso, por mas voluntad que tengamos, a veces es incontrolable. Podemos pacificar nuestra mente pero ésta, en el fondo, puede seguir trabajando en un segundo plano y en nuestra contra. Es porque la herida emocional no es temporal sino permanente, y porque podemos tratarla y convivir con ella pero no cerrarla del todo ni hacer como si nunca hubiera existido. Yo me río muchas veces de gente que me dice que el sicólogo le dió el alta… y vos ves que esa persona sigue pasada de rosca. Es el miedo al que dirán, al prejuicio, al empastillarse, a la calificación de loco o desquiciado por parte de una horda ignorante que es incapaz de ponerse en nuestros zapatos, o que carece de la formación / cultura como para tener una mente abierta y saber que cuando hay que tomar ansiolíticos o antidepresivos es porque no existe otra solución.

Yo tomo ansiolíticos. Yo tomo antidepresivos. No tengo vergüenza de decirlo o hacerlo. Me importa tres pitos la opinión de los demás porque ellos no saben el infierno que puedo vivir cuando no tomo esos remedios, ya sean temblores involuntarios, sudoración, respiración agitada, un carácter volátil que termina en explosiones de ira y discusiones, o una cabeza que va a mil por hora y que no me deja dormir. Mi calidad de vida no será la misma que antes – si manejo una cortadora de césped o una hidrolavadora puedo quedar temblando el resto del día; así funcionan los ataques de pánico – pero sé que si no tomo los remedios será mucho peor. Debo pensar no sólo en mi sino en mi familia, en mi esposa, en mi hija.

Pero… hay muy poca gente que piensa como yo. La mayoría acude al sicólogo o al siquiatra y, cuando empiezan a tomar remedios no ven la hora de dejarlos. Le envenenan la mente, dejan de ser ellos mismos, dicen. Yo salí con una chica que tenía un carácter precioso y que tomaba remedios siquiátricos; y comenzó con la fijación de que así no era ella, y comenzó a batallar hasta declararse en rebeldía, abandonar los medicamentos y transformarse en una persona inesperadamente agresiva. Claro, era bipolar y para eso no se aplican aspirinas, se precisan remedios mas fuertes y específicos. Recuperó su antigua personalidad a costa de nuestro noviazgo, de vivir amargada y chocar con medio mundo.

También he conocido gente que piensa que los ansiolíticos son veneno, que cambian su cabeza y que los convierte en zombies. Yo he tenido largas charlas con esa gente diciéndoles que deben hablar con si siquiatra ya sea para cambiar la dosis o le medicación hasta dar con la adecuada. No siempre nuestro estado de ánimo es igual, y en situaciones de calma puede que precisemos una dosis menor y en situaciones stresantes haya que aumentar la cantidad. Hablar con el siquiatra y negociar un margen de tolerancia – donde el paciente decide si hoy toma la dosis mínima o una reforzada – no me parece mal en absoluto. Pero tomar cero pastillas cuando estás deshecho y llorando sin consuelo es absurdo. Es obvio que estás excedido y que tenés que salir de esa situación cuanto antes porque, si se prolonga en el tiempo, va a agotarte física, mental y emocionalmente.

Cuando me topo con personas así, yo siempre les digo: “si fueras hipertenso, ¿vos tendrías problemas en tomarte una pastilla todos los días?”, “pues no, claro que no” me contestan; “y si fueras diabético, deberías tomar pastillas, hacer dietas, ir a controles regulares, ¿no es así?”. “Desde ya!” me dicen convencidos. “Entonces… si tenés una afección que requiere un remedio diario para restaurar el equilibrio químico de tu cuerpo… ¿cuál es la diferencia con tomar un ansiolítico o un antidepresivo?”. Claro, ellos piensan que las situaciones emocionales son pasajeras… y comienzan a contarme la causa de ellas, sea situaciones estresantes que vivieron hace años (!) en su familia o en el trabajo o en el matrimonio, pero dan como un hecho de que pueden superarlas… mientras se ahogan en lágrimas al contar esto. Si me estás diciendo que lo que te angustia tiene su raiz en algo que ocurrió hace años y ahora estás en una crisis, es obvio que no lo superaste ni que lo vas a superar si seguís por ese camino caprichoso de negarte a recibir ayuda. Las heridas emocionales no se curan; se pueden mitigar pero debemos convivir con ellas toda nuestra vida una vez que se reabrieron. Como la hipertensión o la diabetes, son enfermedades / síndromes silenciosos, de los cuales podés estar bien unos cuantos días hasta que ocurre algo que te produce un ataque o crisis; un shock, una discusión, una situación angustiante. Y como la hipertensión o la diabetes, cuando llega ese momento es cuando se nota la diferencia en si estuviste tomando los remedios o no. Una dosis diaria de ansiolíticos (u otros medicamentos prescriptos por el siquiatra) son como el seguro de un auto: uno piensa que es un gasto, que es molesto e inútil pero, cuando las papas queman, agradecés de haber mantenido semejante cobertura. Tu cuerpo está mejor preparado para las crisis si mantienes constancia con las dosis diarias de tus medicamentos siquiátricos… porque no estás loco sino porque estás en una situación en donde tu cuerpo, tu mente y tu espíritu han cambiado y es necesario reestablecer el orden con una ayuda externa, esta vez en forma de un medicamento y que muchas veces te protegen por sedimentación y acción prolongada, no por tomarlo cuando tenés el momento de crisis. Los demás no viven tu vida; sólo tu la vives y créeme, tu nivel de vida mejora con los remedios porque intentas esconder bajo la alfombra las crisis que has pasado antes. Sé valiente, no hay vergüenza en tomar ansiolíticos o el remedio que sea para mantenernos estables. Reconocer nuestras debilidades es un signo de fortaleza, especialmente cuando las defendemos de las opiniones superficiales (o, mejor aún, las ignoramos). No somos “pobrecitos” sino personas fogueadas a los cuales nuestro espíritu encontró un fusible volátil para descargar la angustia y la impotencia porque, de no hacerlo, hoy quizás tendríamos una enfermedad mucho peor. La gente contrae cáncer no sólo por vivir en condiciones precarias o en ambientes tóxicos sino también porque nuestro cuerpo presiona el botón rojo de autodestrucción cuando estamos abrumados por demasiado tiempo y no sentimos esperanza ni vemos la luz al final del tunel. Pero si el cáncer es la situación extrema en la cual nuestro cuerpo se rebela y manifiesta su dolor contra una situación angustiante, entonces la ansiedad, los ataques de pánico u otras situaciones emocionales desequilibrantes terminan siendo el fusible que encontró nuestro cuerpo para evitar un mal mayor. Una razón mas – y de mayor peso – para hacer las pases con nuestro conflicto y cuidar la salud de nuestro espíritu tomando los remedios que compensan y equilibran lo que nuestro cuerpo ya no sabe hacer… o cómo manejar.

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