Historias de vida: el Amor como cura karmática

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¿Estamos condenados a repetir los errores de nuestros padres?. Traumas y conductas abusivas de nuestra niñez no tienen por qué repetirse cuando tenemos a nuestros hijos. La necesidad de crear un camino propio y diferente basado en el amor.

El Amor como cura karmatica

Por Alejandro Franco – contáctenos

Mis padres se divorciaron cuando yo tenía 7 años. Luego, en la adultez, iría enterándome de pormenores de la situación – un par de separaciones / reconciliaciones previas; dos chicos sin experiencia, casados a los 20 años para independizarse y salir de la casa de sus padres; una paternidad demasiado temprana para la cual no estaba preparado mi padre – que no mejoraron la perspectiva del trago amargo que tuve que tomarme cuando era niño pero que, al menos, me sirvió para entender el por qué.

Si mi vieja se quedó en la trinchera a defender los restos de mi familia, haciéndose cargo de mí y debiendo madurar de golpe ante lo inesperado del shock – salir a trabajar casi sin preparación, intentar independizarse con un solo salario, supervisar mis estudios y procurar comida, ropa y remedios con un ingreso bajo -, mi padre decidió, en cambio, volverse un mujeriego empedernido y lo que es peor, intentar formar familia con cada mujer que conoció… mas allá de que sus propuestas fueran de la boca para afuera, o de que fueran disparos desesperados para intentar compensar su soledad. Claro, juntado / casado de nuevo, volvía a descubrir que la vida de responsabilidades que demanda una familia no era lo suyo, y terminaba por irse sin aviso alguno. Mi madre llegó a conocer a quien fuera su amante al momento de que mi padre nos abandonara… y la conoció en el momento en que mi viejo estaba nuevamente armando las valijas para partir sin dejar dirección conocida.

Es posible que sea un dato anecdótico, pero mi viejo era adoptado. y en el intento de entender las cosas creí leer un patrón en su vida – la del eterno abandono; primero de sus padres biológicos y después, como venganza / rechazo a un modelo familiar que no terminaba de entender, el huir y lavarse las manos de todo tipo de responsabilidad -. Porque, cuando mi padre se separaba, literalmente desaparecía: luego de mis 7 años lo abré visto 5 o 6 veces hasta los 18, edad en que mi familia me trajo a Argentina.

La historia de mi padre no es un caso aislado. Si la generación anterior abandonó a sus hijos, su generación también lo hizo, de algún modo mi historia / mi genética debería hacerme pensar lo mismo. Digo: mi padre se fue por haberse vuelto experiente con las mujeres (antes era un pazguato; la experiencia y la seguridad en sí mismo la ganó durante el matrimonio con mi madre) y por no entenderse con los niños (aparte de ser yo el primero, tuvo tres hijos mas en su segundo matrimonio y quién sabe qué habrá pasado con el tercero) o, al menos, no le gustaba el rol de padre. Y, como puede verse, no es que se enfrentaba a dramas insalvables o crisis existenciales tan insondables que sus únicas salidas fueran la locura, el suicidio o la fuga. Se aburría de la vida familiar, le gustaban las faldas, no le gustaban las responsabilidades y, como buen cabeza fresca, bien podía irse a una tarde de pasión con su amante en el momento en que yo estaba con pulmonía y pensábamos que estaba buscando una ambulancia para trasladarme al hospital del pueblo mas cercano.

Con mi mujer hemos pasado años sin trabajo, el cáncer y la imposibilidad de tener hijos, mis pánicos y fobias surgidos de grande… y en ningún momento pensamos en separarnos. ¿Y por qué?. Porque estabamos unidos en eso, y porque estábamos convencidos de que no había persona mejor en el mundo para tener al lado nuestro en semejantes situaciones que nosotros mismos.

No digo que seamos ni la excepción ni la regla. Lo que digo es que, si tenés la voluntad de salvar algo, lo podés hacer. y si lo que quedan son restos de lo que vos soñaste – el cáncer te prohibió tener un hijo de tu sangre, tu emprendimiento se deshizo por una crisis económica, o tuviste que vivir con tus suegros a los 33 años porque no tenías ni dinero ni empleo -, al menos aún tenés sus pedazos. La idea de demoler todo y construir algo de manera instantánea – en el caso de mi viejo, una persona inestable desesperada por encontrar algo sólido… aunque sin estar seguro de qué – es tan repentina como volátil. Las relaciones se construyen con años de confianza, no con meses de pasión y sin considerar los factores mas duraderos… esos que persistirán si la pareja sigue junta 5, 10, 20 años.

Pero quizás el nudo de toda historia – y el objeto del artículo – es si estamos obligados a repetir la historia de nuestros padres. Después de todo, han sido los modelos mas fuertes de conducta que han dejado su impronta en nuestra personalidad. Si nuestros padres nos enseñaban a los gritos y cachetazos, ¿debemos hacer lo mismo con nuestros hijos porque así nos inculcaron?. Si mi padre me dió el ejemplo que el facilismo y el abandono es la aparente solución frente a una crisis / una vida familia aburrida / una situación inmanejable, ¿debo optar por hacer las valijas cada vez que existe un problema grande en nuestras vidas?. Si nuestros padres fueron autoritarios, se ponían en un pedestal y nos ladraban órdenes que eran imposibles de dialogar o negociar, ¿estamos obligados a portarnos igual?.

Hoy en día nosotros representamos la generación que puede hacer el cambio. La diferencia está en que el mundo ha cambiado, la información abunda y el prejuicio se ha terminado. Ya no es una deshonra ir al sicólogo. Al hablar con nuestros amigos podemos compartir las experiencias de nuestras infancias, y las experiencias actuales como padres. En Internet la información está por todos lados, en blogs y artículos informativos, en donde uno puede poner la consulta en Google y encontrar material orientativo. Antes nuestros padres estaban solos, o sólo tenían de consejeros a la estricta generación anterior.

Si nuestros padres fueron bravos (o tuvimos una infancia tormentosa), nuestra labor es poner un punto final a semejante curso de los acontecimientos y labrar un camino nuevo. No ir al extremo – de haber tenido padres súper estrictos a ser nosotros mismos padres súper liberales, porque la autoridad, la enseñanza y el respeto son necesarios de inculcar para que nuestros hijos sean personas de bien -, pero optar por un camino mas relajado y, sobre todo, en donde nosotros bajemos a la altura de nuestros hijos para escucharlos. Actuar justo a tiempo para sanar las heridas y corregir errores. Aprender, por sobre todas las cosas.

Y si el amor va a ser la cura que va a interrumpir este ciclo karmático – de repetir los errores de nuestros padres -, entonces debemos entender cuál es el proceso a seguir:

  • investigar toda la historia de nuestros padres y, sobre todo, de sus respectivos padres (nuestros abuelos) para saber cómo han sido heridos y por qué actuaron como actuaron;
  • apreciar las cosas buenas que nos han dejado nuestros padres;
  • entender que el conflicto nunca ha sido causa nuestra (éramos niños!)
  • realizar el proceso de acusación, señalando las faltas graves que hayan cometido, sin dejar ninguna bronca en el tintero…
  • … y después tender un manto de piedad, comprendiendo que la vida (y la ausencia de alguien razonable a su lado para aconsejarlos mejor) los ha llevado a tomar decisiones y actitudes erróneas;
  • aprender a perdonar, y dejar el pasado atrás ahora que ha sido revisado, cuestionado, entendido y perdonado;
  • y, lo más importante, entender que nosotros somos entidades diferentes a nuestros padres, que el factor mas importante de nuestra generación es la libertad de elección y con ella podemos formar una familia a nuestro gusto, con nuestras reglas y basada en la confianza, el respeto y el amor

Ser amables pero firmes; ordenar, pero explicar el por qué de las decisiones; estar al nivel de nuestros hijos para escuchar y hablar sin condenar – entendiendo que cada edad tiene su nivel de macanas -; expresar un profundo amor, no solo porque queremos a nuestros niños sino porque – al sentirlo – ellos nos harán mucho mas caso… El límite y el beso, la orden y el abrazo, la explicación y el rato de compartir juntos una tarea o actividad… No sólo formaremos a nuestros chicos como futuras personas de bien sino que realizaremos un trabajo interno de sanación, de reconciliación con el pasado y, sobre todo, construyendo una historia propia, mucho mejor y mas sana que es la que nuestros hijos tomarán como modelo cuando les llegue el tiempo de formar su propia familia.

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