Historias de vida: sobre el respeto a los hijos

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Es triste ver cuando los niños son tratados como objetos – son la moneda de cambio de una relación de pareja, se los usa para descargar en ellos todas las frustraciones de nuestra vida adulta, desatendemos sus necesidades en base a nuestro egoismo, o los tratamos como entes carentes de personalidad o poder de represalia -. Pero, a la larga, todo ello tiene un costo y todo termina por regresarnos.

Sobre el respeto a los hijos

Por Alejandro Franco – contáctenos

Todos conocemos gente; todos conocemos historias. A veces son historias de una crueldad increíble protagonizadas por individuos que parecen pertenecer a otro planeta: gente amoral, o con criterios tan anormales que no parecen formar parte de la raza humana. Desde mujeres que abandonan a sus hijos por encontrar una nueva pareja (la cual no quiere saber nada de chicos) hasta personas que le gritan todo el tiempo a sus hijos, sin importar lo pequeños que sean. ¿Y qué me dicen de esos casos en donde los hombres quieren tener hijos para que su mujer esté ocupada (atada) en la casa?. ¿O esas mujeres que tienen chicos sólo para darle el gusto a sus maridos… pero no le interesan las criaturas?. Casos de padres disfuncionales se cuentan de a cientos, y son mucho mas frecuentes de lo que uno piensa. y en todos los casos hay un factor común: el niño como víctima, ignorado, cosificado, despreciado.

La paternidad trae aparejada dos cuestiones fundamentales: la primera es el poder absoluto. El único límite que tenemos es el límite interno, dado por nuestra cultura, nuestras emociones, nuestra moral, la enseñanza de nuestros padres. Las dos partes de una pareja están para compensarse y, sobre todo, limitarse. Es muy fácil irse de mambo contra alguien que no tiene manera de defenderse; es muy fácil tomar decisiones autoritarias para radiar a nuestros hijos de nuestra rutina egoista. Desde ya el daño es profundo, el resentimiento severo y no pasará mucho tiempo antes de que el niño empiece a manifestar los descontroles de los que es objeto.

Lo que nos lleva a la segunda cuestión que es si realmente estamos preparados para tener hijos. Una decisión prematura implica padres inmaduros, y una urgencia de aprender sobre la marcha que no todos pueden (o quieren cumplir). El secreto de un matrimonio exitoso (y de una familia feliz) pasa por dos aspectos que son: la muerte del egoismo y el espíritu de sacrificio. Si durante mas de 20 años hemos pensado sólo en nosotros mismos, casarse implica un cambio radical y abrupto que es tener que empezar a pensar de a dos (o de a varios, cuando hay hijos). No todos están preparados a poner a la familia por encima de sus intereses personales; y a veces una paternidad temprana se topa con individuos que no están listos para pasar a la siguiente etapa de su matrimonio.

Cuando uno se casa, debe darse todos los gustos, conocerse y cimentar la relación de pareja. y esa relación debe ser mas que sólida cuando se decide ser padres. La paternidad es un terremoto que cambia las reglas del juego, y el cual precisa un proceso de adaptación. El embarazo, los nueve meses de espera, ya es un período de precalentamiento en donde los cónyuges descubren que existen nuevos cuidados, nuevas prioridades, nuevas responsabilidades. y cuando nace la criatura, llega el momento de aceptar que ahora hay una personita que precisa todos nuestros cuidados, que ya no hay tiempo para lo personal sino para lo familiar. A medida que nuestros hijos crezcan y ganen independencia, asi también la ganaremos nosotros.

Si nuestros hijos están en este mundo, es porque nosotros lo hemos decidido. y nuestro deber con nuestros hijos es que sean felices: un niño feliz es un niño pleno, que disfruta las virtudes de su edad, que aprende con entusiasmo, que ama con todo el corazón, que obedece porque se siente querido, contenido y respetado. Nuestra obligación es que estén en esa burbuja hasta que crezcan, que no los afecte nuestro egoismo o nuestras frustraciones, que no arruinemos sus sueños por un arranque de mal humor. No hay nada mas tierno que ver la candidez de un niño con la existencia de Papa Noel, los Reyes Magos y el ratón Pérez. ¿Quién nos dió la autoridad para destrozar esas fantasías?. El mundo real es un lugar duro y cruel, y nuestros niños son brotes en crecimiento, verdes y frágiles, a los cuales iremos preparando durante años para enfrentarse con la realidad. Un niño es un adulto pequeño, es alguien que toma nota mental de nuestros excesos o nuestra indiferencia y, en una situación de desequilibrio permanente, termina por ser afectado de manera definitiva. Ser padres responsables implica respetar a los niños como personas y entender su sensibilidad; y conocer (y practicar) nuestros límites cuando las frustraciones nos desbordan y el método mas fácil parece ser descargar nuestra furia en otro que no tiene forma de defenderse. Porque en la balanza de la vida termina por darse vuelta y lo que somos hoy – magnánimos, todopoderosos, autoritarios – el tiempo terminará por quitarnoslo, dejando que en nuestra vejez sean nuestros hijos quienes nos tengan a su cargo. Ahi veremos si son adultos que han formado una familia feliz y viven su vida a pleno. y ahí pagaremos todos nuestros errores, o nos daremos cuenta del amor y la educación que le dimos a nuestros hijos, quienes dejaron de ser niños y han pasado a ser nuestros tutores por el tiempo que nos quede de vida.

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