Novelas y cuentos online: Libro: cuándo volveré a ver a mi Mamá, un cuento de Carlo Sofía

Volver al Indice – Novelas y Cuentos Online

Por Carlo Sofía

Lo decía siempre en las charlas con la “bandita” de chicos cuando se juntaban en la calle. Al regresar a su casa y hablar con su padre, también expresaba su interrogante. Seguramente para “Libro”, apodo dado a Ezequiel por su contracción a la lectura, a diferencia de los otros chicos esa cuestión personal se transformaba en tema preocupante, un destello íntimo que lo laceraba y se traducía en un abismo en relación con los demás. Su pregunta siempre se reiteraba como una insistencia sin eco: ¿”Cuándo volveré a ver a mi mamá”?

Solamente sabía que un día hacía mucho tiempo sucedió algo que desconocía, e intempestiva y abruptamente sin un por qué, la madre desapareció de sus vidas dejando un hondo vacío que hirió el andar de la existencia familiar. A partir de allí, solo recordaba que la responsabilidad para con los suyos se convirtió en un andar por las calles que lo hizo crecer de golpe, obligándolo a olvidarse de sus planes personales, en especial los que tenían que ver con su evolución dentro del arte y la cultura.

También, para desdicha suya, este año la crisis económica del país lo privó de continuar estudiando, y ante esta situación, sintió manifestarse un conflicto entre el deber y la necesidad. No tuvo opciones.

Pero el interrogante surgía a cada instante, en todo momento. Cada día, cada mañana, cada noche: “¿Cuándo volveré a ver a mi mamá”?

A pesar de sentirse libre como las estrellas, transitaba incontroladamente por ese camino en el cual su imaginación se mecía dejándolo vagar como una hoja de papel o como un globo que flotaba en su universo personal, con pensamientos que rodaban hacia una playa sin olvido cuyo retorno no tenía contención. Sus ansias vacías no podían retener el consuelo de la propia voluntad.

Buscaba, aferrándose e intentando detener el vuelo de sus ideas, pero sin conseguirlo. Iban y volvían por su mente sin continuidad. Sentía que invariablemente intentaba hallar un sueño de felicidad que siempre se le escapaba de las manos, aún a costa de la lucha interna que no podía gobernar. ¡Con qué calor cubría sus anhelos abrigando un manto de esperanzas!

A instancias de la lluvia, esa mañana él y todos los chicos de la calle que conformaban la banda salieron. El hambre apretaba y había que buscar el sustento diario. Sus cuatro hermanos pequeños y su padre impedido confiaban en “Libro”, quien sentía el deber de protegerlos. El magro subsidio estatal que su progenitor recibía mensualmente no alcanzaba para nada. En cada jornada entretejía sus horas con pequeñas changas, o a veces pedía y recibía lo que le daban para llevar algo a su casa. Lo impensado pasaba por robos esporádicos, los cuales si podía evitaba, pues eran una forma de vida que en vez de deleite le producía descargas de adrenalina que lo ponían muy mal anímicamente. Tampoco la droga nunca fue para él un factor de seducción, y con elaborado juicio de autoprotección, codificaba un programa de alarma personal, mentalizando una barrera contenedora que apuntalaba y garantizaba reducir riesgos. La sola idea de dejar desamparada a su familia, hería sus fibras más íntimas.

Otra mañana: Con la modorra a cuestas se levantó de la cama apenas caliente, preparándose como cada vez para salir a buscar la luz del día. El frío apretaba. Tapó a sus hermanos estampándolos de besos como era su costumbre siempre antes de salir. En esencia, “Libro” edificaba un carácter frecuentemente muy cariñoso. Volvió nuevamente el pensamiento que siempre lo acompañaba: ¿”Cuándo volveré a ver a mi mamá”? Le pesaron las penas del espíritu, y aunque estaban unidas con una luz que acompañaban las tristezas de su corazón, la reflexión lo obligó a resignarse. De todos modos, dispuesto, salió para ganar la calle, enfrentando la responsabilidad diaria.

De solo pensar en las caricias de su madre que le faltaban, sentía un nudo en las entrañas…

Generalmente le quitaba espacios de tiempo a sus noches, leyendo e intentando enriquecerse con los libros que a veces robaba en los supermercados o librerías. Recordó a “Juan Salvador Gaviota”, “El Principito”, “Ami”, “Diálogos con Luz”, las poesías de autores nicoleños. ¡Cuánto había aprendido con tantas páginas que desfilaron ante sus ojos formando miles de ensoñaciones que le brotaban del alma…!

La lectura era un amigo fiel que cantaba melodías, aquietando, alegrando y rescatándolo de las aflicciones que lo rodeaban. Priorizaba sus aprendizajes de ilustrativos recipientes con detalles que enriquecían su comportamiento cultural. Había construido, una casa en su imaginación, llena de libros. En ella se veía entre sueños, abriendo una puerta que lo trasladaba a un sendero en el cual encontraba un santuario eterno poblado de cultura, mostrándose y abriendo el camino para que sus sueños se hicieran realidad. Representaba un pasaporte de fantasías para el vuelo hacia aquel lugar infinito…

Aquella tarde la inquietud pobló de gozo su alma cuando con los chicos fueron a la Feria del Libro. Días antes había observado en muchos lugares los afiches anunciando el evento y su mente disparó secuencias de intenciones buscando la forma para concretar la idea de ir. Dejó pasar el tiempo pensando que ya se le ocurriría la manera de convencerlos. Entonces, llevó a la banda medio como engañándolos, ingeniando el modo para arrastrarlos consigo, porque no veía la hora de poder observar y sentir la cultura de la ciudad. Con buen lenguaje controlado para no herirlos, intentó recomendar que se privaran de hurtar. Todos le tenían respeto y acataron la solicitud con disciplina. Solía ocurrir que a “Libro” lo acometían pequeños chispazos por enmendar lo que estaba mal, y con los chicos, existían complicidades y lealtades que se regían dentro de esa pequeña comunidad delictiva. Así, aunque a ellos les resultó una aventura más, pues solo se vieron extasiados ante el panorama de color y la diversidad de formas, la sensibilidad de Ezequiel encontró un nuevo despertar en los rincones del corazón y supo y pudo gozar plenamente, captando en la profundidad de su espíritu toda la belleza cultural de cuanto lo rodeaba. A la noche, llegó a su casa cargando de sueños sus espaldas, pero apenado porque regresaba indefectiblemente a una realidad transformada en un encierro que bloqueaba sus ilusiones.

Había en su tristeza nobleza de autosacrificio… Continuamente, cada vez, el único sueño falto de contención, descubriendo ansias y tormentas lo acompañaba como una ilusión:

¿”Cuándo volveré a ver a mi mamá…”?

Siempre corría tras esa luz que deseaba hallar, hacia aquel mundo que tanto anhelaba, y que le permitiera gozar la paz. Con propósitos bien definidos resguardaba su ánimo sensatamente, inclinándose por no sentirse desestimado por las preocupaciones.

Así, en el interior del jardín de cristal que solo a él pertenecía, una fuente interior palpitaba sin cesar a cada paso de su vida, dibujando una hoguera que no respiraba calma a su autodeterminación, ni le ofrecía vínculos al sonido de las circunstancias que lo rodeaban.

Sin embargo y a pesar de todo, vislumbraba que a través de actitudes diferentes podía generar cambios en su vida. Nunca lo dudaba y constantemente luchaba por todos aquellos razonamientos que sus sentidos le dictaban. Reconocía perfectamente el valor e importancia de los códigos éticos y morales de la sociedad, y por ello a los chicos de la banda intentaba imponerles una variación de conducta, principalmente para que aprendieran a ser mejores. En su intención por adquirir conocimientos, generalmente ponía en práctica el viejo principio tibetano de que “El que más escucha, es el que más aprende”.

Muchas situaciones en la vida de la gente escapaban a su raciocinio, por lo que no las entendía. No comprendía por qué se distanciaban tanto las familias, o los disgustos y separaciones que ocurrían entre padres, hijos y hermanos. Creencias éstas que peregrinaban lejos de la tolerancia de lo que creía debía ser una comunión fraternal. No justificaba ninguna razón en desacuerdo con los mensajes del Dios que tanto amaba y confiaba en sus íntimas conversaciones.

“Volver a ver a mi mamá…” Sí. Para él sería como tocar el cielo con las manos…

Aquella tarde se detuvo en la casa de música al escuchar la melodía y trató de desmenuzar en sus ideas la semejanza con que se atribuyó una comparación a sus fuentes de vida. Le volaban las fantasías. Cerró los ojos. Fue como un sueño, quizá igual que si se hubiera quedado dormido. La letra de Alberto Cortes lo transportó sin querer a una somnolencia sin límites. Se sintió también un perro, dejándose llevar por lo que decía la poesía:

“Era callejero por derecho propio, su filosofía de la libertad, fue ganar las suyas sin atarla a otro, y sobre nosotros no pasar jamás. Aunque fue de todos nunca tuvo dueño, que condicionaran su razón de ser , libre como el viento era nuestro perro, nuestro y en la calle que lo vio nacer. Era un callejero con el sol a cuesta, fiel a su destino y a su parecer, sin tener horario para hacer la siesta, ni rendirle cuentas al amanecer. Era nuestro perro y era la ternura, esa que perdemos cada día más, y era una metáfora de la aventura, que en el diccionario no se puede hallar…”

Lentamente, dispuso un candado a su imaginación, trató de regresar a la realidad, e intentando no derramar sus emotivas cargas sobre la canción, consintió poéticamente esa brisa de dicha momentánea que lo envolvió…

Para él no había historias terribles, y a través de sus pensamientos intentaba no relacionar similitudes con la crudeza que lo rodeaba. Muchas veces buscaba marginarse a través del silencio, abandonando por conveniencia aquellos períodos en los que la desesperación quería atacarlo.

Cuando a solas y en silencio solía hablarle a su madre le cuestionaba ciertas cosas que le brotaban de adentro preguntando: “Mamá…, vos un día me pariste, entonces, ¿por qué me abandonaste…?” Allí, reflexivo y dejando de lado la angustia, recordaba los versículos de la Biblia. Era un asiduo lector de los evangelios y ya había perdonado a su madre las más de setenta veces siete que predicaba Jesús a sus discípulos en esa parábola que tanto recordaba. Había aprendido a orar por las noches antes de acostarse, y utilizaba también sus meditaciones como un medio para olvidarse del frío. De un antiguo manuscrito oriental se había instruido sobre ciertas disciplinas de respiración, las que a veces lo ayudaban generosamente para equilibrar mejor la salud cuando el cansancio del trajín del día lastimaba todo su cuerpo.

En algunas oportunidades en que el vagabundeo con la banda permitían hacer un descanso, se ponían a hablar del Sida, un tema que les producía mucho miedo y preocupación. Por eso cuando un día uno de los chicos robó varios elementos de librería y encontraron entre medio de ellos aquella carpeta con tanto material preventivo sobre la afección del HIV, amablemente los hizo partícipes de la cuestión para que supieran cómo cuidarse, evitando enfermarse. Le guardaban confianza y todos escucharon atentamente cuando habló que la teoría dice que el origen proviene de los monos verdes del Africa, señalando los elementos del organismo que atacan el virus, la causa y formas de contagio. Resultó una lección que dejó a todos muy pensativos. Para “Libro”en cambio, quedó la satisfacción del deber y servicio hacia esa hermandad participativa con los chicos de la calle.

Quizá lo presintió. Esa noche al regresar, faltando muy poco para llegar a su casa y mirar el cielo como acostumbraba, notó que las nubes formaban un concierto de banderas matizado de colores distintos. Le pareció que una percepción desacostumbrada abría un canal de alarma en sus instintos.
No fue una noche más. El llanto silencioso acompañando la tristeza en los ojos de su padre delató significativamente el dolor de la noticia. La carta abierta sobre la mesa explicaba los detalles de la muerte de su madre.

El orden de sus pensamientos se marginó del mundo y comprendió que para él ya no habría un punto de retorno para sus interrogantes. La fortaleza que siempre conquistó edificando circunstancias vitales, ahora lo volvió frágil y vulnerable…

Lo invadió una sensación de angustia. Por primera vez en su vida, se sintió inmensamente desprotegido.

Desolado e inundado de pena, “Libro”comprendió que su sueño se había desvanecido, y ya nunca más volvería a ver a su mamá…

CARLO SOFIA

Últimas novedades publicadas en el portal: