Salud y medicina: ¿qué hacer con chicos con problemas de conducta?

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No existen niños malos; sólo existen chicos que canalizan mal su frustración y enojo, lo cual proviene de su entorno y de su historia personal. Aquí le damos una serie de sugerencias para revertir la polaridad de semejantes situaciones, datos que provienen de la práctica mas que de la fría teoría de los especialistas.

Qué hacer con chicos con problemas de conducta?

  • El niño era incontrolable; una máquina de pegar y desobedecer, un auténtico dolor de cabeza; sin embargo, había momentos en que entraba en etapas de tranquilidad y docilidad, lo cual desconcertaba a los adultos que lo tenían a su cargo;
  • Ella era una chica adorable e inquieta; pero no había manera de hacerla sentar en clase o, siquiera, que prestara mínimamente atención a lo que exponían sus maestros. Sentía que el recreo era la verdadera causa de existir de la escuela e incluso, cuando se le intentaba explicar el tema, se volvía tan agresiva que terminaba por descargar violentamente su frustración con sus ocasionales compañeros de juego.
  • El chico era bizco, y sus compañeros se burlaban de su apariencia. Su conducta comenzó a alternarse entre la represión, la frustración y el arranque furioso contra aquellos que lo molestaban.

Cuando los chicos reaccionan con violencia, es porque existe algo que los molesta. Son muy pocos los casos en donde los individuos son violentos todo el tiempo – lo cual respondería a un desorden psicológico serio y digno de tratamiento por parte de especialistas -, y lo mas probable es que su conducta responda a una sensación de incomodidad y/o frustración con su entorno. Los niños no son malos de por sí; sólo actúan de acuerdo a su desbalance interno.

¿Y qué es lo que provoca semejante desbalance?. Allí es donde entran nuestras habilidades de observación como padres. El primer paso para realizar un análisis exitoso es ponernos en una situación objetiva y llegar a considerar nuestro papel como parte integrante del problema. Si el chico tiene momentos de tranquilidad y, en otros contextos se comporta de manera desobediente o agresiva, hay que fijarse qué es lo que diferencia un escenario de otro y, fundamentalmente, cuál es la actitud de las personas participantes en dichos escenarios.

Los niños no poseen la capacidad de enfrentar a sus padres y reclamarles lo que a ellos les molesta de nuestras actitudes paternales – esa situación de enfrentamiento recién aparece en la adolescencia -. Cuando son chicos, su manera de descarga es agredir a sus compañeros o, si están fuera de casa – y lejos de la esfera de sus padres -, chocar con los adultos que lo supervisan. Los maestros suelen ser los primeros receptores de semejante frustración; son adultos limitados por las reglas de la escuela – algo que intuyen los chicos, y por lo cual carecen del poder absoluto de represión de los padres -, razón por la cual son objeto del enojo de los niños o, bien, de su desobediencia.

¿Por qué no todos los chicos se comportan igual?. La razón es la estabilidad familiar; un entorno de cariño, paciencia, diálogo y comprensión hace que el chico asimile reglas, límites y asuma los castigos / reprimendas si comete errores de importancia. Pero, cuando no hay dicha estabilidad, la culpa propia nunca es asumida, el castigo se considera un acto de injusticia, y la consecuencia obvia es el descargo de esa bronca en un tercero. y cuando las cosas de disparan, se entra en un circulo vicioso con desobediencia creciente, mayor cantidad de castigos… y una espiral de mala conducta, dentro y fuera de casa.

Si uno analiza al chico y su entorno de manera desapasionada, debe poder encontrar el causante de su enojo. ¿Dónde está la inestabilidad que lo afecta?. ¿Existe alguna situación fuera de lo corriente que lo desequilibra?. El factor más evidente suele ser su situación familiar: chicos adoptados o hijos de padres divorciados; familias en donde uno de los padres es violento o alcohólico; familias que se encuentran en crisis por problemas laborales o económicos.

Hay muchas recetas a aplicar para intentar remediar los problemas del contexto familiar (y su repercusión en los chicos):

  • los chicos no son responsables de las crisis familiares (divorcio, desempleo, etc), razón por la cual uno no debe descargar su frustración personal con ellos (o culparlos siquiera de manera indirecta de lo que está ocurriendo);
  • en el caso de chicos adoptados o hijos de padres separados, hacerles entender que el modelo de familia normal (dos padres bajo el mismo techo, uno o mas hijos biológicos) no es único, y que ellos – por vivir una situación distinta – no son menos que los demás;
  • el incremento de presión / reprimendas sólo produce una espiral de violencia; uno debe diferenciar entre travesuras y maldades, siendo firme y comprensivo con las primeras (explicando por qué está mal, o el castigo que puede haber en caso de repetición de dicha conducta), y charlando extensamente en el caso de las segundas, tomando nota para una eventual consulta al sicólogo. Uno entiende por “maldades” las agresiones que son espontáneas e injustificadas: no hablamos de que el chico le pegó a alguien porque éste no le dejo participar de su juego (lo que entraría dentro de la categoría de frustración), sino de la agresión física gratuita a un tercero que era espectador, o del destrozo de sus propios juguetes en un día en que no hubo reprimenda alguna. Esos arranques de violencia salidos de la nada y ejecutados contra personas / objetos que no le han hecho nada deben encender la señal de alarma en los padres para solicitar la pertinente ayuda profesional.
  • una charla desapasionada con nuestros hijos – en la cual salimos del rol de padres y nos ponemos a su altura – puede ser sumamente ilustrativa acerca de sus inquietudes; resaltar que, además de padres, somos sus amigos, y darle un entorno de libertad para que ellos puedan expresar lo que le molesta de nosotros (sin importar lo errado que sea su análisis, el tema es encontrar sus cortocircuitos de percepción); lo que sigue es una charla explicativa que sirva para hacerle entender que su visión está equivocada o, quizás, atender sus reclamos en el caso que sean efectivos y que nosotros precisemos graduar nuestra manera de atender las crisis / explicar las reglas con nuestros hijos;
  • existen problemas que suelen ser invisibles, y que uno debe sondear extensamente para descubrirlos; suele ser el caso de “vacíos” en el entramado de los valores morales. Invente una situación – ej. un ladrón roba un auto – y pídale a su hijo que le explique el por qué está mal. Muchas veces hay valores morales mal aprendidos, o hay creencias erróneas radicadas con firmeza en la mente de nuestros niños. Piense que, durante los primeros años de su vida, los chicos operan de acuerdo a los límites que nosotros les imponemos, con lo cual lo que está bien y lo que está mal se encuentra depositado en algo externo a su persona – nuestra presencia como padres -. La educación de valores morales – y la corrección de los mismos en el caso de ser erróneos – apuntan a que razone el por qué de las acciones y de los límites, y que genere una conducta de auto control. Ello apunta a que el chico descubra en el momento que ha metido la pata – e intente enmendarlo -, y no que lo descubra horas después cuando vea nuestra cara de enojados al llegar a casa. Fábulas, cuentos moralizantes, la Biblia… existen muchas lecturas que sirven para que los niños formen valores morales y los asuman como propios y rectores de su propia conducta.
  • uno debe ser equilibrado en cuanto a castigos y reprimendas; si son cada vez mas fuertes – a causa de la frecuencia e intensidad de la conducta problemática del niño -, no sólo no obtendremos resultados sino que elevaremos el nivel de represión hasta extremos incontrolables e imposibles de equiparar. Si la respuesta natural de un padre es el cachetazo (ante cualquier burrada que haya cometido el niño), ¿qué herramientas de control le quedan a los maestros para controlar a sus alumnos problemáticos, los cuales sólo conocen la violencia como forma de marcar límites?. El valor del reto verbal se desvirtúa y la violencia se transforma en el único lenguaje educativo. No sólo la violencia denigra y lastima de maneras invisibles, profundas y potencialmente mas peligrosas, sino que termina por perder su efecto shockeante con el correr del tiempo, y el niño lo asume como una manera mas de expresión natural de los seres humanos.
  • uno debe corregir mediante la charla, la explicación de por qué un determinado acto estuvo mal, y – sobre todo – la estimulación de conductas positivas. Es mucho mas importante festejar las cosas que el chico ha hecho bien, que ensalsarse en lo que hizo mal (lo cual merece un reto civilizado y la explicación de por qué estuvo equivocado). Los premios, los abrazos, las palabras de estímulo a las buenas conductas deben ser constantes (si no, caeremos en una línea de pensamiento en donde el chico creerá que la única atención que obtiene de nosotros es la represión por sus errores). Es desequilibrar la balanza con una avalancha de estímulos positivos, en donde quitamos nuestra carga represiva y la cambiamos por una inmensamente positiva. En esa situación el chico se encuentra con una nueva versión de sus padres y, especialmente, descubre una nueva serie de objetivos que le apetece alcanzar. Como alguien dijo una vez, “no hay nada peor que una mente ociosa” y, al darle metas por las cuales esforzarse, le estamos dando un sentido a su conducta. La compra de un juguete, el pasar una tarde en la plaza, el regalarle unas horas de exclusividad para jugar con ellos son premios altamente deseables – de intimidad y cariño entre padres e hijos – por los cuales los chicos pondrán lo mejor de sí para alcanzarlos.
  • uno debe entender la naturaleza de nuestros chicos y actuar en consecuencia. Si un chico es agresivo, precisa paz; si un niño es tímido o reprimido, precisa desinhibirse. En lo personal, yo no creo en la teoría de que un chico violento necesite una actividad intensa para descargarse – practicar artes marciales o jugar al fútbol durante horas -; por el contrario, una mente inquieta precisa descubrir el sabor del sosiego mediante una actividad mucho mas pacífica. Sea yoga, dibujo, sesiones de Reiki, el armado de rompecabezas, el uso de juegos de construcción… son actividades que sirven para bajar decibeles y, especialmente, encontrar un punto de equilibrio interno. Por el contrario, en los chicos demasiado aplacados – cuya inmovilidad suele generarle problemas de integración, como es el caso de los tímidos – es necesario “incendiarlos” involucrándolos en actividades que le planteen un desafío: anótelo en clases de canto o teatro, o en una escuela de payasos. El enfrentar a sus miedos puede ser tomado como un reto, y su victoria a edad temprana puede curar por anticipado males que podrían perseguirlo por el resto de sus días.

Quien suscribe estos dichos no es un especialista; es simplemente una persona que ha observado y analizado, y que ha decidido poner en práctica un mix de recetas obtenidas a partir de la experiencia, el consejo de especialistas, y lo obtenido por la lectura de múltiples artículos existentes en Internet sobre el tema. En todo caso es una serie de consejos surgidos desde la práctica, los cuales me han terminado por dar resultado… y los cuales he querido compartir a partir de esta modesta columna editorial.