Salud y medicina: ¿qué es el duelo?; ¿cuáles son las etapas del duelo?

Volver al Indice – Notas sobre Salud y Medicina

Todos pasamos por él, y en distintas circunstancias; pero el cierre es inevitable porque el instinto de supervivencia – y el poder del perdón – termina reconciliándonos con el dolor para que podamos seguir adelante.

¿Qué es el duelo? ¿Cuáles son las etapas del duelo?

Por Alejandro Franco – contáctenos

El duelo es el proceso de aceptar una pérdida, ya sea perder algo o perder alguien. Mientras que la mayoría de nosotros lo asociamos a la muerte de un ser querido, es importante subrayar que el concepto no se ciñe únicamente a dicha circunstancia. Nuestra vida ha sido sacudida por un suceso, y el duelo es el proceso para reacomodarla. Tener un accidente o una enfermedad – y perder funciones motrices – implica un duelo. Perder un trabajo implica un duelo. Mudarse – y dejar atrás la vida, la historia, el barrio, los amigos – implica un duelo. En cada circunstancia en donde perdemos algo que nos es querido, ingresamos en el proceso del duelo.

En sí, el duelo es un proceso de sanación; el tiempo que precisa el ser humano para recomponerse está determinado por su historia emocional, con lo cual hay personas que sanan mas rápido que otras. Sanar no significa menospreciar lo sucedido, pero sí aceptarlo como uno de los tantos hechos que nos ha presentado la vida. Quizás el dato mas importante en este momento es saber que el proceso de duelo tiene un punto de término. Continuar con el duelo diez años luego de haber ocurrido un suceso no es sano; es una clara señal de estancamiento, de falta de cierre, de imposibilidad de seguir adelante con nuestra vida. y cuando ello ocurre, es necesario buscar la ayuda de un especialista; un sicólogo que nos termine por hacer comprender lo ocurrido, y clausure el proceso para que nuestra vida continúe. Porque no somos seres únicos y aislados en el mundo sino que disponemos de familiares y amigos, individuos que nos rodean y nos aman y a los cuales lastramos con nuestro dolor si no hemos cumplido debidamente con el proceso de sanación.

Los especialistas han determinado que el duelo sigue un proceso de cinco etapas:

La negación

El descubrimiento de la verdad negativa sólo nos produce el rechazo. “No es posible!” es la frase mas repetida. Lo que ocurre es que el shock de la noticia – y la perspectiva del escenario posterior – se nos antoja tan aberrante como inmensa y abrumadora… y por ello nos negamos a aceptarla. Si es una enfermedad, salimos a buscar otra opinión; si es una noticia, buscamos otras fuentes; clamamos mentira y salimos a contradecir la realidad. En el fondo el rechazo dilata la aceptación de la realidad, dándonos tiempo para amortiguar y asimilar la noticia. Nuestro inconsciente empieza a jugar con la idea de que, quizás – y muy probablemente – la mala noticia sea cierta.

La furia

Cuando la noticia es innegable, surge el enojo. Es la sensación de injusticia que nos invade. No debía pasar así, no se lo merecía, es un castigo de Dios… cuando en realidad todas esas explicaciones no dejan de ser excusas, intentos de echarle la culpa a algo o alguien por el suceso ocurrido. La religión queda en duda, simplemente porque Dios no nos ha protegido de la desgracia. Pero el enojo es también la exhibición visible de la frustración, de la incapacidad que tenemos para poder cambiar el destino. Alguien ha tomado una decisión por nosotros, y es una decisión con la cual no estamos de acuerdo. Explotamos simplemente porque debemos descargar nuestra impotencia contra algo o alguien – nuestros seres queridos, quienes deben tolerar nuestros discursos de odio e injusticia; lanzando objetos en busca de una sensación que calme el dolor interior; el trato ríspido con todos los que nos rodean, ya que queremos señalizar que estamos furiosos y tristes -, y precisamos palabras tranquilizadoras que nos ayuden a bajar un cambio. Porque cuando el odio se va, quizás nuestro corazón se abra hacia el entendimiento.

La negociación

En un estado de mayor calma – que no implica la estabilidad final – comenzamos a lidiar con la realidad. Ya no le tememos u odiamos tanto, pero comenzamos a entender cómo funciona. Habiendo salido del estado de parálisis, comenzamos a actuar durante el proceso del dolor. La etapa de negociación suele estar presente en el caso de las personas enfermas con procesos terminales, en donde los familiares – superado el shock – han creado y aceptado una rutina para cuidarlos, dejando de cuestionar el estadío final del proceso o si los procedimientos son sacrificados y dolorosos. Cuando el familiar se vuelve enfermero, cuida los vómitos y la fiebre, aplica los sedantes y entra en una rutina de cuidados y consultas médicas, el miedo termina dando lugar al pragmatismo. Las mismas personas que lloraban hace un mes por la noticia de la triste realidad hoy han aprendido a convivir con ella, y pueden incluso a darse un espacio para el humor. ¿Quién no ha bromeado con un enfermo grave con tal de sacarle una sonrisa y distender el ambiente?.

Lo que ocurre es que la capacidad de supervivencia del ser humano es ilimitada. Usted puede vivir una vida normal, sufrir una tragedia que desmorona su mundo y adaptarse a la nueva circunstancia aún cuando la perspectiva de la misma sea la de solo empeorar. En otra circunstancias usted lloraría al ver a alguien postrado o verse obligado a cambiarle los pañales a un individuo que era vital hasta no hace mucho. Quienes han cuidado a familiares terminales saben de lo que hablo: porque es la humanidad la que sobrevive en el momento del dolor, y es la necesidad de combatir a la tristeza aún en las circunstancias mas apremiantes. Aún está con nosotros esa persona; aún necesita reir. Aún precisamos abrazarla y quererla. Ya nuestra vida dejó de ser la que era porque, temporalmente, estamos aquí en la trinchera… y formamos una unidad con enfermos y compañeros de cuidados, quienes precisamos reconfortamos en este momento de tanta oscuridad.

La negociación es pragmatismo. No solo es cuidado sino también la búsqueda de respuestas que, aunque no cambien la situación del todo, por lo menos nos den una explicación o un paliativo. No somos los únicos a los que le ha pasado esto. La enfermedad va mas silenciosa de lo que se pensaba. Si la muerte no ha sido súbita, entonces tenemos tiempo para hacer balance, arreglar las cuentas con los seres queridos y despedirse con tiempo. Es el momento en donde vemos cosas positivas en toda la oscuridad, aún comprendiendo que el desenlace es inevitable.

La depresión

Siempre hemos sabido que el desenlace era inevitable… pero, cuando se concreta, nos queda una sensación de vacío y sorpresa. El final podía haber durado mas tiempo, podríamos haber tenido mas momentos para despedirnos, quizás hubiera ocurrido una mejoría milagrosa… pero no. Cuando todos nuestros esfuerzos de la etapa anterior han sido incapaces de alterar o dilatar el resultado, surge la desesperanza. Ya ocurrió todo lo que debia ocurrir, ya no hay marcha atrás. Lo que debía perderse ya se perdió y sólo nos queda lamentar su ausencia. Nos hemos acostumbrado a la nueva rutina del cuidado intensivo, pero ahora la hemos perdido simplemente porque la persona a cuidar ya no está mas. La depresión es el choque de nosotros con el regreso a la normalidad. Estábamos tan acostumbrados a cierto tipo de vida que ahora no sabemos qé hacer con nuestras existencias. ¿Cómo disfrutar de nuestras cosas favoritas cuando hemos perdido una batalla tan enorme y triste hace tan poco?.

No está mal llorar a los seres queridos. Nuestro dolor sólo indica cuánto los amamos. Es el dolor por la imposibilidad de generar nuevos encuentros, nuevos momentos, nuevos recuerdos. La historia de esa persona se ha truncado en este momento y nosotros – que hemos vividos dedicados a ella – hemos quedado huérfanos. En la vivida memoria emocional que poseemos, la vida diaria se nos antoja un compilado de recordatorios de la persona amada y desaparecida. La plaza donde nos sentábamos a charlar, los lugares favoritos que recorríamos, su música predilecta… su comida, sus sabores, sus anécdotas.

La despedida de un ser querido no empieza sino hasta que éste termina por partir y desaparecer físicamente de nuestra vista. Es el vacio que llenamos de recuerdos. Es la mirada amable sobre los momentos antiguos mas ríspidos. Es la redención de su persona en nuestra mente; pero, claro, cada recuerdo solo reaviva el dolor de la pérdida.

La aceptación

Cuando alguien nos ha importado mucho – y ahora no está – nos queda su cicatriz emocional. Sea una persona, un objeto, una actividad, un lugar. Sea la muerte de alguien, el cambiar de ciudad o país, el ver como la casa de la infancia ha sido demolida, el perder el trabajo tan amado… Cada cosa o persona está atada a años de vivencias, recuerdos que refrescamos constantemente al momento de descubrir que ha desaparecido. Pero, como pasaba con la etapa de negociación, el ser humano se adapta. Es una necesidad natural de acostumbrarse, sanar y seguir adelante. La aceptación es, también, la etapa mas ríspida del duelo; porque no todos logran superarla y quedan atados al proceso de dolor y depresión – porque creen, erroneamente, que seguir con sus vidas significa olvidar al ser amado -. Pero debemos aceptar que el fin de la existencia de una persona no implica automáticamente el fin de nuestra propia existencia; aún estamos en la Tierra vivitos y coleando, y nuestra vida ha sido diseñada para el disfrute y la plenitud. Lo que nos hace sobrevivir – y ser personas felices – es nuestra capacidad de identificar y disfrutar las cosas que nos placen, ya sea una comida, una actividad o el abrazo de nuestros seres queridos. Es un conjunto de cosas de las cuales una de ellas ya no está; no es el menosprecio del dolor o del sacrificio, pero es la calibración del mismo en su medida justa. Si en seis meses o un año no hemos convivido y aceptado el dolor, entonces estamos estancados en un proceso que resulta dañino. y para llegar a ese proceso de paz, primero debemos hacer las paces con nosotros mismos: darnos cuenta que dimos lo mejor que teniamos, que hicimos todo lo que debiamos (y podiamos hacer), y que el resultado era inevitable a pesar de todas las acciones cometidas.

Es en ese momento en donde el recuerdo de una persona postrada es visto con distancia, y pasan a ser mas fuertes los recuerdos de esa misma persona en sus momentos mas vitales. Yo no recuerdo todo el tiempo a mi abuelo moribundo e incapacitado para hablar sino a aquel que me contaba historias dulces, me abrazaba, jugaba conmigo al ajedrez y al que admiraba en cada uno de sus gestos. Es el manto de piedad que nuestra mente lanza sobre nuestros seres amados, el cual nos dice que unos meses de oscuro sufrimiento no logran opacar a décadas de amor y sonrisas, de momentos imborrables y recuerdos amables. Es allí el momento en donde nos curamos, calmamos nuestra angustia y aceptamos los hechos que la vida nos ha presentado, liberándonos del dolor para proseguir nuestras existencias con total equilibrio y felicidad.

Últimas novedades publicadas en el portal: