{"id":10758,"date":"2017-10-25T07:56:21","date_gmt":"2017-10-25T07:56:21","guid":{"rendered":"http:\/\/localhost\/datacraft2023\/novela-el-ceremonial\/"},"modified":"2017-11-16T14:45:26","modified_gmt":"2017-11-16T17:45:26","slug":"novela-el-ceremonial","status":"publish","type":"page","link":"http:\/\/localhost\/datacraft2023\/novela-el-ceremonial\/","title":{"rendered":"Novelas y cuentos online: El Ceremonial, un cuento de H.P. Lovecraft"},"content":{"rendered":"

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Volver al Indice –\u00a0Novelas y Cuentos Online<\/a><\/h2>\n

Una narracion de misterio y terror.<\/h3>\n

Efficiunt Daemones, ut quae non sunt, sic tamen quasi sint, conspiciendahominibus exbibeant.<\/p>\n

Me encontraba lejos de casa, y caminaba fascinado por el encanto de la mar oriental. Empezaba a caer la tarde, cuando la o\u00ed por primera vez, estrell\u00e1ndose contra las rocas. Entonces me di cuenta de lo cerca que la ten\u00eda. Estaba al otro lado del monte, donde los sauces retorcidos recortaban sus siluetas sobre un cielo cuajado de tempranas estrellas. y porque mis padres me hab\u00edan pedido que fuese a la vieja ciudad que ahora ten\u00eda a paso, prosegu\u00ed la marcha en medio de aquel abismo de nieve reci\u00e9n ca\u00edda, por un camino que parec\u00eda remontar, solitario, hacia Aldebar\u00e1n -tembloroso entre los \u00e1rboles-, para luego bajar a esa antiqu\u00edsima ciudad, en la que jam\u00e1s hab\u00eda estado, pero en la que tantas veces he so\u00f1ado durante mi vida. Era el D\u00eda del Invierno, ese d\u00eda que los hombres llaman ahora Navidad, aunque en el fondo sepan que ya se celebraba cuando a\u00fan no exist\u00edan ni Bel\u00e9n ni Babilonia ni Menfis ni a\u00fan la propia humanidad. Era, pues, el D\u00eda del Invierno, y por fin llegaba yo al antiguo pueblo marinero donde hab\u00eda vivido mi raza, mantenedora del ceremonial de tiempos pasados a\u00fan en \u00e9pocas en que estaba prohibido. Al viejo pueblo llegaba, cuyos habitantes hab\u00edan ordenado a sus hijos, y a los hijos de sus hijos, que celebraran el ceremonial una vez cada cien a\u00f1os, para que nunca se olvidasen los secretos del mundo originario. Era la m\u00eda una raza vieja; ya lo era cuando vino a colonizar estas tierras, hace trescientos a\u00f1os. y era la m\u00eda una gente extra\u00f1a, gente solapada y furtiva, procedente de los insolentes jardines del Sur, que hablaban otra lengua antes de aprender la de los pescadores de ojos azules. y ahora estaba esparcida por el mundo, y \u00fanicamente se reun\u00eda a compartir rituales y misterios que ning\u00fan otro viviente podr\u00eda comprender.<\/p>\n

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Yo era el \u00fanico que regresaba aquella noche al viejo pueblo pesquero como ordenaba la tradici\u00f3n, pues s\u00f3lo recuerdan el pobre y el solitario. Despu\u00e9s, al coronar la cuesta del monte, domin\u00e9 la vista de Kingsport, adormecido en el fr\u00edo del anochecer, nevado, con sus vetustas veletas, sus campanarios, sus tejados y chimeneas los muelles, los puentes, los sauces y cementerios. Los interminables laberintos de calles abruptas, estrechas y retorcidas, serpenteaban hasta lo alto de la colina donde se alzaba el centro de la ciudad, coronado por una iglesia extra\u00f1a que el tiempo parec\u00eda no haber osado tocar. Una infinidad de casas coloniales se amontonaban en todos los sentidos y niveles, como las abigarradas construcciones de madera de alg\u00fan ni\u00f1o. Las alas grises del tiempo parec\u00edan cernerse sobre los tejados y las nevadas buhardillas. Los faroles y las ventanas emit\u00edan en la oscuridad unos reflejos que iban a juntarse con Ori\u00f3n y las estrellas primordiales. y la mar romp\u00eda incesante contra los muelles miserables, aquella mar de la que emergiera nuestro pueblo en los viejos tiempos.<\/p>\n

Junto al camino, una vez arriba de la cuesta, hab\u00eda una colina yerma barrida por el viento. No tard\u00e9 en ver que se trataba de un cementerio, en donde las negras l\u00e1pidas surg\u00edan de la nieve como las u\u00f1as destrozadas de un cad\u00e1ver gigantesco. El camino, sin huella alguna de tr\u00e1fico, estaba solitario. \u00danicamente me parec\u00eda o\u00edr, de cuando en cuando, unos crujidos como de una horca estremecida por el viento. En 1692 ahorcaron a cuatro de mi raza por brujer\u00eda. Una vez que la carretera comenz\u00f3 a descender hacia la mar, prest\u00e9 atenci\u00f3n por si o\u00eda el alegre bullicio de los pueblos anochecer, pero no o\u00ed nada. Entonces record\u00e9 la \u00e9poca en que est\u00e1bamos, y se me ocurri\u00f3 que el viejo pueblo puritano conservar\u00eda tal vez costumbres navide\u00f1as, extraigas para m\u00ed, y que entonces estar\u00eda entregado a silenciosas oraciones. As\u00ed que abandon\u00e9 mis esperanzas de o\u00edr el bullicio propio de estas fiestas, dej\u00e9 de buscar viajeros con la mirada, y segu\u00ed mi camino. Fui dejando atr\u00e1s, a uno y otro lado, las silenciosas casas de campo con sus luces ya encendidas. Despu\u00e9s me intern\u00e9 entre las oscuras paredes de piedra, en las que el aire salitroso mec\u00eda las chirriantes ense\u00f1as de antiguas tiendas y tabernas marineras. Las grotescas aldabas de las puertas, bajo los soportales, brillaban a lo largo de los callejones desiertos reflejando la escasa luz que se escapaba de las estrechas ventanas encortinadas.<\/p>\n

Tra\u00eda conmigo el plano de la ciudad y sab\u00eda d\u00f3nde se encontraba la casa de los m\u00edos. Se me hab\u00eda dicho que ser\u00eda reconocido y que me dar\u00edan acogida, porque la tradici\u00f3n del pueblo posee una vida muy larga. De modo que apresur\u00e9 el paso y entr\u00e9 en Back Street hasta llegar a Circle Court; luego continu\u00e9 por Green Lane, \u00fanica calle pavimentada de la ciudad, que va a desembocar detr\u00e1s del Edificio del Mercado. A\u00fan serv\u00eda el antiguo plano, y no me tropec\u00e9 con dificultades. Sin embargo, en Arkham me hab\u00edan mentido al decirme que hab\u00eda tranv\u00edas; al menos yo no ve\u00eda redes de cables a\u00e9reos por ninguna parte. En cuanto a los ra\u00edles, es posible que los ocultara la nieve. Me alegr\u00e9 de tener que caminar, porque la ciudad, revestida de blanco, me hab\u00eda parecido muy hermosa desde el monte. Por otra parte, estaba impaciente por llamar a la puerta de los m\u00edos, por llegar a esa s\u00e9ptima casa de Green Lane, a mano izquierda, de tejado puntiagudo y doble planta, que databa de antes de 1650. Hab\u00eda luces en el interior y, por lo que pude apreciar a trav\u00e9s de la vidriera de rombos de la ventana, todo se conservaba tal y como debi\u00f3 de ser en aquellos tiempos. El piso superior se inclinaba por encima del estrecho callej\u00f3n invadido de hierba y casi tocaba el edificio de enfrente, que tambi\u00e9n se inclinaba peligrosamente, formando casi un t\u00fanel por donde caminaba yo. Los pelda\u00f1os del umbral estaban enteramente limpios de nieve. No hab\u00eda aceras y muchas casas ten\u00edan la puerta muy por encima del nivel de la calle, lleg\u00e1ndose hasta ella por un doble tramo de escaleras con barandilla de hierro. Era un escenario verdaderamente singular; acaso me pareci\u00f3 tan extra\u00f1o por ser yo extranjero en Nueva Inglaterra. Pero me gustaba, y a\u00fan me hubiera resultado m\u00e1s encantador si hubiera visto pisadas en la nieve, gentes en las calles y alguna ventana con las cortinillas descorridas.<\/p>\n

Al dar los golpes con aquella vieja aldaba de hierro, me sent\u00ed preso de una alarma repentina. Se despert\u00f3 en m\u00ed cierto temor que fue tomando consistencia, debido tal vez a la rareza de mi estirpe, al fr\u00edo de la noche o al silencio impresionante de la vieja ciudad de costumbres extra\u00f1as. y cuando en respuesta a mi llamada, se abri\u00f3 la puerta con un chirrido quejumbroso, me estremec\u00ed de verdad, ya que no hab\u00eda o\u00eddo pasos en el interior. Pero el susto pas\u00f3 en seguida: el anciano que me atendi\u00f3, vestido con traje de calle y en zapatillas, ten\u00eda un rostro afable que me ayud\u00f3 a recuperar mi seguridad; y aunque me dio a entender por se\u00f1as que era mudo, escribi\u00f3 con su punz\u00f3n, en una tablilla de cera que tra\u00eda, una curiosa y antigua frase de bienvenida. Me se\u00f1al\u00f3 con un gesto una sala baja iluminada por velas. Ten\u00eda la pieza gruesas vigas de madera y recio y escaso mobiliario del siglo XVII. Aqu\u00ed, el pasado recobraba vida; no faltaba ning\u00fan detalle. Me llamaron la atenci\u00f3n la chimenea, de campana cavernosa, y una rueca sobre la que una vieja, ataviada con ropas holgadas y bonete de pa\u00f1o, de espaldas a m\u00ed, se inclinaba afanosa pese a la festividad del d\u00eda. Reinaba una humedad indefinida en la estancia, y por ello me extra\u00f1\u00f3 que no tuvieran fuego encendido. Hab\u00eda un banco de alto respaldo colocado de cara a la fila de ventanas encortinadas de la izquierda, y me pareci\u00f3 que hab\u00eda alguien sentado en \u00e9l, aunque no estaba seguro. No me gustaba nada de lo que ve\u00eda all\u00ed y nuevamente sent\u00ed temor. y mi temor fue en aumento, porque cuanto m\u00e1s miraba el rostro suave de aquel anciano, m\u00e1s repugnante me parec\u00eda su suavidad. No pesta\u00f1eaba, y su color era demasiado parecido al de la cera. Por \u00faltimo, llegu\u00e9 a la plena convicci\u00f3n de que aquello no era un rostro sino una m\u00e1scara confeccionada con diab\u00f3lica habilidad. Entonces sus flojas manos, curiosamente enguantadas, escribieron con pasmosa soltura en la tablilla, inform\u00e1ndome de que yo deb\u00eda esperar un rato antes de ser conducido al sitio donde se celebrar\u00eda el ceremonial. Me se\u00f1al\u00f3 una silla, una mesa, un mont\u00f3n de libros, y sali\u00f3 de la estancia. Al echar mano de los libros, vi que se trataba de vol\u00famenes muy antiguos y mohosos. Entre ellos estaban el viejo tratado sobre las Maravillas de la Naturaleza de Morryster, el terrible Saducismus Triumphatus de Jos\u00e9 ph Glanvil, publicado en 1681; la espantosa Daemonotatreia de Remigius, impresa en 1595 en Lyon, y el peor de todos, elincalificable Necronomicon, del loco Abdul Alhazred, en la excomulgada traducci\u00f3n latina de Olacius Wormius. Era \u00e9ste un libro que jam\u00e1s hab\u00eda tenido en mis manos, pero del cual hab\u00eda o\u00eddo decir cosas monstruosas. Nadie me dirigi\u00f3 la palabra; lo \u00fanico que turbaba el silencio eran los aullidos del viento en el exterior y el girar de la rueca mientras la vieja segu\u00eda con su silencioso hilar. Tanto la estancia como aquella gente y aquellos libros me daban una extra\u00f1a impresi\u00f3n de morbosidad e inquietud; pero, puesto que se trataba de una antigua tradici\u00f3n de mis antepasados, en virtud de la cual se me hab\u00eda convocado para tan extra\u00f1a conmemoraci\u00f3n, pens\u00e9 que deb\u00eda esperarme las cosas m\u00e1s peregrinas. Conque me puse a leer. Interesado por un tema que hab\u00eda encontrado en el Necronomicon no tard\u00e9 en darme cuenta que la lectura aquella me encog\u00eda el coraz\u00f3n. Se trataba de una leyenda demasiado espantosa para la raz\u00f3n y la conciencia. Luego experiment\u00e9 un sobresalto, al o\u00edr que se cerraba una de las ventanas situadas delante del banco de alto respaldo. Parec\u00eda como si la hubiesen abierto furtivamente. A continuaci\u00f3n se oy\u00f3 un rumor que no proven\u00eda de la rueca. Sin embargo, no pude distinguirlo bien porque la vieja trabajaba afanosamente y, justo en aquel momento, el vetusto reloj se puso a tocar. Despu\u00e9s, la idea de que hab\u00eda personas en el banco se me fue de la cabeza, y me sum\u00ed en la lectura hasta que regres\u00f3 el anciano, con botas esta vez, vestido con holgados ropajes antiguos, y se sent\u00f3 en aquel mismo banco, de forma que no le pude ver ya. Era enervante aquella espera, y el libro imp\u00edo que ten\u00eda en mis manos me desazonaba m\u00e1s a\u00fan. Al dar las once, el viejo se levant\u00f3, se acerc\u00f3 a un enorme cofre que hab\u00eda en un rinc\u00f3n, y extrajo dos capas con caperuza; se puso una de ellas, y con la otra envolvi\u00f3 a la vieja, que dej\u00f3 de hilar en ese momento. Luego, ambos le dirigieron hacia la puerta. La mujer arrastraba una pierna. El viejo, despu\u00e9s de coger el mism\u00edsimo libro que hab\u00eda estado leyendo yo, me hizo una ser\u00eda y se cubri\u00f3 con la caperuza su rostro inm\u00f3vil … o su m\u00e1scara.<\/p>\n

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Salimos a la tenebrosa y enmara\u00f1ada red de callejuelas de aquella ciudad incre\u00edblemente antigua. A partir de ese momento, las luces se fueron apagando una a una tras las cortinas de las ventanas, y Sitio contempl\u00f3 la muchedumbre de figuras encapuchadas que surg\u00edan en silencio de todas las puertas y formaban una monstruosa procesi\u00f3n a lo largo de la calle, hasta m\u00e1s all\u00e1 de las ense\u00f1as chirriantes, de los edificios de tejados inmemoriales, de los de techumbre de paja, y de las casas de ventanas adornadas con vidrieras de rombos. La procesi\u00f3n fue recorriendo callejones empinados, cuyas casas leprosas se recostaban unas contra otras o se derrumbaban juntas, y atraves\u00f3 plazas y atrios de iglesias y los faroles de las multitudes compusieron constelaciones vertiginosas y fant\u00e1sticas. Yo caminaba junto a mis gu\u00edas mudos, en medio de una muchedumbre silenciosa. Iba empujado por codos que se me antojaban de una blandura sobrenatural, estrujado por barrigas y pechos anormalmente pulposos, y no obstante segu\u00eda sin ver un rostro ni o\u00edr una voz. La columnas espectrales ascend\u00edan m\u00e1s y m\u00e1s por las interminables cuestas y todos se iban aglomerando a medida que se acercaban a los l\u00f3bregos callejones que desembocaban en la cumbre, centro de la ciudad, donde se elevaba una inmensa iglesia blanca. Ya la hab\u00eda visto antes, desde lo alto del camino, cuando me detuve a contemplar Kingsport en las \u00faltimas luces del atardecer y me estremec\u00ed al imaginar que Aldebar\u00e1n hab\u00eda temblado un instante por encima de su torre fantasmal. Hab\u00eda un espacio despejado alrededor de la iglesia. En parte era cementerio parroquial y, en parte, plaza medio pavimentada, flanqueada por unas casas enfermas de puntiagudos tejados y aleros vacilantes, donde el viento azotaba y barr\u00eda la nieve. Los fuegos fatuos danzaban por encima de las tumbas revelando un espeluznante espect\u00e1culo sin sombras. M\u00e1s all\u00e1 del cementerio, donde ya no hab\u00eda casas, pude contemplar de nuevo el parpadeo de las estrellas sobre el puerto. El pueblo era invisible en la oscuridad. S\u00f3lo de cuando en cuando se ve\u00eda oscilar alg\u00fan farol por las serpenteantes callejas, delatando a alg\u00fan retrasado que corr\u00eda para alcanzar a la multitud que ahora entraba silenciosa en el templo.<\/p>\n

Esper\u00e9 a que terminaran todos de cruzar el p\u00f3rtico, para que acabaran as\u00ed los empujones. El viejo me tir\u00f3 de la manga, pero yo estaba decidido a entrar el \u00faltimo. Cruzamos el umbral y nos adentramos en el templo rebosante y oscuro. Me volv\u00ed para mirar hacia el exterior; la fosforescencia del cementerio parroquial derramaba un resplandor enfermizo sobre la plaza pavimentada. y de pronto, sent\u00ed un escalofr\u00edo: aunque el viento hab\u00eda barrido la nieve, a\u00fan quedaban rodales sobre el mismo camino que conduc\u00eda al p\u00f3rtico. y sobre aquella nieve, para asombro m\u00edo, no descubr\u00ed ni una sola huella de pies, ni siquiera de los m\u00edos.<\/p>\n

La iglesia apenas resultaba iluminada, a pesar de todas las luces que hab\u00edan entrado, porque la mayor parte de la multitud hab\u00eda desaparecido. Todos se dirig\u00edan por las naves laterales, sorteando los bancos, hacia una abertura que hab\u00eda al pie del p\u00falpito, y se deslizaban por ella sin hacer el menor ruido. Avanc\u00e9 en silencio; me met\u00ed en la abertura y comenc\u00e9 a bajar por los gastados pelda\u00f1os que conduc\u00edan a una cripta oscura y sofocante. La cola sinuosa de la procesi\u00f3n era enorme. El verlos a todos rebullendo en el interior de aquel sepulcro venerable me pareci\u00f3 horrible de verdad. Entonces me di cuenta de que el suelo de la cripta ten\u00eda otra abertura por la que tambi\u00e9n se deslizaba la multitud, y un momento despu\u00e9s nos encontr\u00e1bamos todos descendiendo por una escalera abominable, por una estrecha escalera de caracol h\u00fameda, impregnada de un color muy peculiar- que se enroscaba interminablemente en las entra\u00f1as de la tierra, entre muros de chorreantes bloques de piedra y yeso desintegrado. Era un descenso silencioso y horrible. Al cabo de much\u00edsimo tiempo, observ\u00e9 que los pelda\u00f1os ya no eran de piedra y argamasa, sino que estaban tallados en la roca viva. Lo que m\u00e1s me asombraba era que los miles de pies no produjeran ruido ni eco alguno. Despu\u00e9s de un descenso que dur\u00f3 una eternidad, vi unos pasadizos laterales o t\u00faneles que, desde ignorados nichos de tinieblas, conduc\u00edan a este misterioso acceso vertical. Los pasadizos aquellos no tardaron en hacerse excesivamente numerosos. Eran como imp\u00edas catacumbas de apariencia amenazadora, y el acre olor a descomposici\u00f3n que desped\u00edan fue aumentando hasta hacerse completamente insoportable. Seguramente hab\u00edamos bajado hasta la base de la montar\u00eda, y quiz\u00e1 est\u00e1bamos por debajo incluso del nivel de Kingsport. Me asustaba pensar en la antig\u00fcedad de aquella poblaci\u00f3n infestada, socavada por aquellos subterr\u00e1neos corrompidos. Luego vi el c\u00e1rdeno resplandor de una luz desmayada y o\u00ed el murmullo insidioso de las aguas tenebrosas. Sent\u00ed un nuevo escalofr\u00edo; no me gustaban las cosas que estaban sucediendo aquella noche. Ojal\u00e1 que ning\u00fan antepasado m\u00edo hubiera exigido mi asistencia a un rito de ese g\u00e9nero. En el momento en que los pelda\u00f1os y los pasadizos se hicieron m\u00e1s amplios hice otro descubrimiento: percib\u00ed el doliente acento burlesco de una flauta; y s\u00fabitamente, se extendi\u00f3 ante m\u00ed el paisaje \u00a1limitado de un mundo interior: una inmensa costa fungosa, iluminada por una columna de fuego verde y ba\u00f1ada por un vasto r\u00edo oleaginoso que manaba de unos abismos espantosos, nsospechados, y corr\u00eda a unirse con las simas negras del oc\u00e9ano inmemorial.<\/p>\n

Desfallecido, con la respiraci\u00f3n agitada, contempl\u00e9 aquel Averno profano de leproso resplandor y aguas mucilaginosas; la muchedumbre encapuchada form\u00f3 un semic\u00edrculo alrededor de la columna de fuego. Era el rito del Invierno, m\u00e1s antiguo que el g\u00e9nero humano y destinado a sobrevivirle, el rito primordial que promet\u00eda solsticio y primavera despu\u00e9s de las nieves; el rito del fuego, del eterno verdor, de la luz y de la m\u00fasica. y en aquella gruta estigia vi c\u00f3mo ejecutaban todos el rito y adoraban la nauseabunda columna de fuego y arrojaban al agua pu\u00f1ados de viscosa vegetaci\u00f3n que resplandec\u00eda con una fosforescencia p\u00e1lida y verdosa. y vi tambi\u00e9n, fuera del alcance de la luz, un bulto amorfo, achaparrado, que tocaba la flauta de modo repugnante. y mientras ta\u00f1\u00eda la criatura monstruosa, me pareci\u00f3 o\u00edr tambi\u00e9n unas notas apagadas en la f\u00e9tida oscuridad donde nada pod\u00eda ver. Pero lo que m\u00e1s me llenaba de espanto era la columna de fuego. brotaba como un surtidor volc\u00e1nico de las negras profundidades; no arrojaba sombras como una llama normal, y ba\u00f1aba las rocas salitrosas de un verdor sucio y venenoso. Toda aquella hirviente combusti\u00f3n no produc\u00eda calor, sino \u00fanicamente la viscosidad de la muerte y la corrupci\u00f3n. El hombre que me hab\u00eda guiado se escurri\u00f3 ahora hasta colocarse junto a la horrible llama y ejecut\u00f3 unos r\u00edgidos ademanes rituales hacia el semic\u00edrculo que le miraba. En determinados momentos del ceremonial, los asistentes rindieron homenaje de acatamiento, especialmente cuando levant\u00f3 por encima de su cabeza aquel detestable ecronomicon que llevaba consigo. Yo tambi\u00e9n tom\u00e9 parte en todas las reverencias, puesto que hab\u00eda sido convocado a esta ceremonia de acuerdo con los escritos de mis antecesores. Despu\u00e9s, el viejo hizo una se\u00f1al al que tocaba la flauta en la oscuridad; \u00e9ste cambi\u00f3 su d\u00e9bil zumbido por un tono, m\u00e1s audible, provocando con ello un horror inimaginable e inesperado. Falt\u00f3 poco para que me desplomara sobre el limo de la tierra, traspasado por un espanto que no proven\u00eda de este mundo ni de ninguno, sino de los espacios enloquecedores que se abren entre las estrellas. En la negrura inconcebible, m\u00e1s all\u00e1 del resplandor gangrenoso de la fr\u00eda llama, en las tart\u00e1reas regiones a trav\u00e9s de las cuales se retorc\u00eda aquel r\u00edo oleaginoso, extra\u00f1o, insospechado, apareci\u00f3 danzando r\u00edtmicamente una horda de mansos, h\u00edbridos seres alados que ning\u00fan ojo, ning\u00fan cerebro en su sano juicio, ha podido contemplar jam\u00e1s. No eran cuervos, ni topos, ni buharros, ni hormigas, ni vampiros, ni seres humanos en descomposici\u00f3n; eran algo que no consigo -y no debo- recordar. Daban saltos blandos y torpes, impuls\u00e1ndose a medias con sus pies palmeados y a medias con sus alas membranosas. y cuando llegaron hasta la muchedumbre de celebrantes, las figuras encapuchadas se agarraron a ellos, montaron a horcajadas, y se alejaron cabalgando, uno tras otro, a lo largo de aquel r\u00edo tenebroso, hacia unos pozos y galer\u00edas donde venenosos manantiales alimentan el caudal tumultuoso y horrible de las negras cataratas. La vieja hilandera se hab\u00eda marchado con los dem\u00e1s, y el viejo se hab\u00eda quedado, porque yo me negu\u00e9 a cabalgar sobre una de aquellas bestias como los otros. El flautista amorfo hab\u00eda desaparecido, pero dos de aquellas bestias permanec\u00edan all\u00ed pacientemente. Al resistirme a cabalgar, el viejo sac\u00f3 su punz\u00f3n y su tablilla, y me comunic\u00f3 por escrito que \u00e9l era el verdadero delegado de aquellos antepasados m\u00edos que hab\u00edan fundado el culto al Invierno en este mismo venerable lugar, que hab\u00eda sido decretado que yo volviera all\u00ed, y que faltaban por celebrarse los misterios m\u00e1s rec\u00f3nditos. Escribi\u00f3 todo esto en un estilo muy antiguo, y a\u00fan dudaba yo cuando sac\u00f3 de sus amplios ropajes un sello y un reloj con las armas de mi familia, para probar que todo era seg\u00fan hab\u00eda dicho \u00e9l.<\/p>\n

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Pero la prueba era espantosa, porque yo sab\u00eda por ciertos documentos antiqu\u00edsimos que aquel reloj hab\u00eda sido enterrado con el tatarabuelo de mi tatarabuelo en 1698.<\/p>\n

Al poco rato, el viejo ech\u00f3 hacia atr\u00e1s su capucha y me mostr\u00f3 el parecido familiar de su rostro; pero aquello me hizo estremecer, porque yo estaba convencido de que se trataba solamente de una diab\u00f3lica m\u00e1scara de cera. Las dos bestias voladoras aguardaban y ara\u00f1aban inquietas los l\u00edquenes del suelo, y me di cuenta de que el viejo estaba a punto de perder la paciencia. Cuando uno de aquellos animales comenz\u00f3 a moverse, alej\u00e1ndose del lugar, el viejo se volvi\u00f3 r\u00e1pidamente y lo detuvo, de suerte que, con la rapidez del movimiento, se le desprendi\u00f3 la m\u00e1scara que llevaba en el lugar correspondiente a la cabeza. y entonces, al ver que aquella pesadilla se interpon\u00eda entre la escalera de piedra y yo, me arroj\u00e9 al fondo oleaginoso del r\u00edo pensando que sin duda desembocar\u00eda, por alguna cavidad, en el fondo del oc\u00e9ano. Me lanc\u00e9 en aquel jugo p\u00fatrido de las entra\u00f1as de la tierra antes que mis locos chillidos pudieran hacer caer sobre m\u00ed las legiones de cad\u00e1veres que aquellos abismos pestilentes ocultaban.<\/p>\n

En el hospital me dijeron que me hab\u00edan encontrado en el puerto de Kingsport, medio helado, al amanecer, aferrado a un madero providencial. Me dijeron que la noche anterior me hab\u00eda extraviado por los acantilados de Orange Port, cosa que hab\u00edan deducido por las huellas que encontraron en la nieve. No hice ning\u00fan comentario. Mi cabeza era un caos. Nada encajaba con mi experiencia de la noche anterior. Los ventanales del hospital se abr\u00edan a un panorama de tejados de los que apenas uno de cada cinco pod\u00eda considerarse antiguo. Las calles vibraban con el estr\u00e9pito de tranv\u00edas y autom\u00f3viles. Me insistieron en que esto era Kingsport, cosa que yo no pude negar. Al verme caer en un estado de delirio cuando me enter\u00e9 de que el hospital se encontraba cerca del cementerio parroquial de Central Hill, me trasladaron al Hospital St. Mary, de Arkham, donde me atender\u00edan mejor. Me gust\u00f3, en efecto, porque los m\u00e9dicos eran de mentalidad m\u00e1s abierta, y a\u00fan me ayudaron, ya que gracias a su influencia pude conseguir un ejemplar del censurable Necronomicon de Alhazred, celosamente guardado en la Biblioteca de la Universidad del Miskatonic. Dijeron que sufr\u00eda una especie de \u00abpsicosis\u00bb y convinieron en que el mejor sistema de alejar las obsesiones de mi cerebro era provocar mi cansancio a base de permitirme ahondar en el tema. De esta suerte llegu\u00e9 a leer el espantoso cap\u00edtulo aqu\u00e9l, y me estremec\u00ed doblemente, puesto que no era nuevo para m\u00ed: lo que contaba, lo hab\u00eda visto yo, dijeran lo que dijesen las huellas de mis pies, y era mejor olvidar el sitio donde lo hab\u00eda presenciado. Nadie durante el d\u00eda me lo hac\u00eda recordar pero mis sue\u00f1os son aterradores a causa de ciertas frases que no me atrevo a transcribir. Si acaso, citar\u00e9 \u00fanicamente un p\u00e1rrafo. Lo traducir\u00e9 lo mejor que pueda de ese desgarbado lat\u00edn vulgar en que est\u00e1 escrito: \u00abLas cavernas inferiores -escribi\u00f3 el loco Alhazred- son insondables para los ojos que ven, porque sus prodigios son extra\u00f1os y terribles. Maldita la tierra donde los pensamientos muertos viven reencarnados en una existencia nueva y singular, y maldita el alma que no habita ning\u00fan cerebro. Sabiamente dijo Ibn Shacabad: bendita la tumba donde ning\u00fan hechicero ha sido enterrado y felices las noches de los pueblos donde han acabado con ellos y los han reducido a cenizas. Pues de antiguo se dice que el esp\u00edritu que se ha vendido al demonio no se apresura a abandonar la envoltura de la carne, sino que ceba e instruye al mismo gusano que roe, hasta que de la corrupci\u00f3n brota una vida espantosa, y las criaturas que se alimentan de la carro\u00f1a de la tierra aumentan solapadamente para hostigar\u00eda, y se hacen monstruosas para infestarla. Excavadas son, secretamente, inmensas galer\u00edas donde deb\u00edan bastar los poros de la tierra, y han aprendido a caminar unas criaturas que s\u00f3lo deber\u00edan arrastrarse.<\/p>\n","protected":false},"excerpt":{"rendered":"

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