Crítica: La Mula (The Mule) (2018)

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Clint Eastwood es un nonagenario que termina transportando droga para un cartel mexicano; pero, mas allá de la anécdota, existe una historia de redención escondida en esta aventura heterodoxa.

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Por Alejandro Franco – contáctenos

calificación: 4/5 - muy buenoLa edad realza a los buenos vinos y eso es lo que pasa con Clint Eastwood. El tipo araña los 90 y, en lugar de jubilarse, se ha convertido en una máquina de generar un filme tras otro en los últimos años, los cuales solo sirven para reafirmar su calidad como director. Como le pasa a Spielberg, a Eastwood le apremia el tiempo y desea dejar un legado, y ahora es el turno de presentar La Mula, un relato intimista en donde, además, se da el lujo de regresar a la actuación. Sí, es chocante ver a un tipo tan alto y vital como era Eastwood estar arrugado como una pasa, encorvado y hasta petiso, pero los ojos y la sonrisa conservan la chispa intacta. Acá lo suyo pasa por el carisma – de lo contrario el personaje sería solo un viejo cascarrabias -, componiendo un anciano de humor tan cándido como ácido y decadente, el cual decide aceptar una propuesta indecente de alguien relacionado con un cartel mexicano. El Earl Stone de Eastwood es un individuo desilusionado, enamorado de su trabajo – cultivar lirios y ganar premios en concursos especializados – a tal punto que ha dejado la familia de lado… y ahora los tiempos modernos le han pasado factura, llevándolo a la quiebra y dejándolo en una posición desesperante. Como Earl es un conductor experimentado – ha recorrido 41 de los 50 estados de la Unión sin siquiera una multa en las últimas décadas – y posee una camioneta decadente, es el individuo adecuado para pasar desapercibido en los controles fronterizos, yendo y viniendo de México con bolsos cada vez mas voluminosos y desbordantes de droga. El dinero comienza a fluir y, cuando Earl satisface sus necesidades primarias – recuperar su negocio, arreglar el club de veteranos donde va todas las semanas, financiar la carrera de su nieta -, empieza a gastar en sandeces que comienzan a llamar la atención.

Ciertamente es un Eastwood domado, actuando su edad y sin la poderosa personalidad que lo caracteriza. Es un anciano simpático que se compra a todos los que lo rodean, y algo similar ocurre con la peligrosa pandilla para la que trabaja, la que lo veneran como si fuera su abuelo y hasta se preocupan mutuamente por el bienestar de sus respectivas familias. El Earl Stone de Eastwood es una especie de Forrest Gump perdido en el mundo del narcotráfico, cuya inocencia y ángel le hacen ganar vínculos con todo el mundo, cierto pase libre de tolerancia y hasta de simpatía, e incluso la admiración del jefe del cartel (Andy García), quien decide conocerlo en persona y felicitarlo por tratarse la “mula” perfecta – un individuo anónimo e inofensivo, incapaz de despertar sospechas de algún tipo  -. Pero el alejamiento de la familia tiene un costo, las desgracias golpean la puerta y, para colmo, hay una revolución interna en el cartel, con otro jefe y reglas mucho mas duras. Es como si la burbuja en donde estaba viviendo se hubiera pinchado y Stone / Eastwood tuviera que enfrentar la auténtica realidad del entorno donde se maneja – en donde la crueldad, la muerte y la violencia están a la orden del día -. Para colmo un agente de la DEA (Bradley Cooper, el cual no puede ocultar la enorme simpatía que le despierta Eastwood en el set) está tras sus pasos, y parece inevitable que atrape al misterioso emisario que anda en una lujosa camioneta negra y que ya ha pasado mas de una tonelada de droga en doce viajes impunes a través de la frontera.

The Mule puede que no sea la mejor película de Eastwood, pero es una de las mas descontracturadas y emotivas. La Leyenda no solo actúa sino también dirige y con qué clase. Es una anécdota pequeña – de un hombre que a la vejez reconoce sus errores y el tiempo perdido, pretende arreglarlo con dinero y termina aceptando sus errores, su culpa y hasta el castigo que merece, expiando sus pecados en los últimos años de su vida – pero muy bien contada, y con su cuota de placeres culpables y performances destacables. Si es el vehículo de despedida de Eastwood (tal como Redford hizo en The Old Man and the Gun), es uno mas que adecuado para una carrera impecable y admirable.

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