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Una buena historia y un elenco de buenos actores no alcanza para hacer una gran obra y ello es lo que ocurre con Trumbo, la biopic basada en la vida de uno de las más grandes guionistas que existiera en Hollywood, y que sufriera las indignidades de la proscripción en uno de los momentos más oscuros de la historia norteamericana.
Por Alejandro Franco – contáctenos
Intérpretes: Bryan Cranston, Diane Lane, Helen Mirren, Louis C.K., Elle Fanning, John Goodman, dirigidos por Jay Roach
Trumbo es un filme con pretensiones al cual le falta filo. Hay pifias históricas, una catarata de personajes unidimensionales, y un puñado de parlamentos mas espectaculares que emocionantes. Sin dudas hay grandes momentos en el filme, pero el equilibrio no es una de sus virtudes. Es posible que el problema pase por el director Jay Roach, un tipo especializado en comedias y que aquí quiere dar el gran batacazo de cineasta respetable; pero la película precisaba a un George Clooney al mando del proyecto, un tipo con mucho mas tacto a la hora de abordar discusiones fundamentales sobre la turbulenta historia norteamericana de mitad del siglo XX. En muchos sentidos la obra de Clooney Buenas Noches y Buena Suerte (que trata sobre el apogeo y caída del macartismo en los años cincuenta) funcionaría de maravillas como filme de compañía de Trumbo; es una lástima que esa misma sensibilidad no esté presente en el filme de Roach, el cual se envicia con la formidable actuación de Bryan Cranston y le quita oxígeno al resto de la trama.
El problema, como siempre, es el fanatismo. Ningún desequilibrio es bueno, ni siquiera tomando al patriotismo como excusa en un momento de gran temor y paranoia. Muchos de aquellos que quieren meter miedo lo único que ambicionan es ser el centro del escenario y construir espacios de poder para lucirse. La historia está plagada de maníacos que han explotado el sufrimiento y la ansiedad en beneficio propio, y la “cacería de brujas” – la persecución realizada a aquellos artistas y personajes ilustres que tenía simpatías con el comunismo durante la Segunda Guerra Mundial – ocurrida a mediados de la década del 50 en territorio norteamericano no es la excepción. Con una perspectiva fría, cínica y moderna, basta que hoy veamos a estos personajes retratados en documentales y películas de la época para descubrir que se trata de una caterva de ignorantes bocones e incendiarios, deseosos de aparecer en la primera plana de los diarios. Con el tiempo la revancha llega, y la distancia sirve para evaluarlos en su justa medida. Lástima que esas compensaciones precisan demasiado tiempo y a veces llegan demasiado tarde; mientras tanto existe un tendal de víctimas que lo padece en carne propia, individuos cuyas vidas han sido destrozadas gracias a la discriminación y la ceguera fundamentalista.
Aquí el filme trata sobre una de las víctimas de dicha cacería de brujas: el libretista Dalton Trumbo, un tipo dotado de una creatividad de la hostia y autor de alguno de los títulos mas renombrados de la historia del cine norteamericano, sea Spartacus, Exodus, o Papillon. El problema con Trumbo es que el tipo era un idealista, razón por la cual se había vuelto comunista; lamentablemente semejante status pronto lo transformó en un paria y, cuando en los cincuenta los políticos comenzaron a perseguirlo, un grupo de actores y productores de renombre – comenzando por John Wayne – formó un grupo para presionar a los estudios a deshacerse de aquellos individuos tachados de actitud antinorteamericana o pro comunista. Surgieron las listas negras y Trumbo se quedó sin trabajo, sobreviviendo como podía – entregando libretos a mansalva a estudios de tercera categoría; presentando scripts a los grandes estudios a través de testaferros; ganando incluso dos premios Oscar bajo seudónimo -, y semejante situación sólo pudo resolverse cuando un par de estrellas con suficiente renombre y poder vinieron en su ayuda. Gracias a Kirk Douglas y Otto Preminger – quienes no tuvieron reparos en colocar bien grande el nombre de Trumbo en la marquesina y capear el temporal de protestas de las organizaciones patrióticas -, el libretista salió del gueto y pudo recuperar su buen nombre y prestigio.
Lamentablemente Trumbo no es un filme equilibrado. El personaje principal es tan pintoresco como absorbente y Bryan Cranston se hace un festín con él – si no se lleva el Oscar, pega en el palo -, pero semejante protagonismo ensombrece a todos aquellos que aparecen a su lado. A lo sumo Louis C.K. y Alan Tudyk logran hacer algo interesante con sus roles, pero el resto es aplastado por la formidable performance de Cranston. El punto es si no hubiera sido mejor acotar toda ese energía para darle mas oxigeno al resto de los personajes – tanto Diane Lane como Elle Fanning están criminalmente desperdiciadas en roles menores y unidimensionales -. El otro tema es que, históricamente, el filme presenta pifias: los otros 9 escritores y artistas que padecen la proscripción de las listas negras son meros decorados vivientes y el libreto comete el sacrilegio de crear un personaje ficticio (el de Louis C.K.) para amalgamar opiniones y perfiles de individuos reales, algo que termina minimizando – y despreciando – el sacrificio y el drama por el cual debieron pasar los verdaderos protagonistas. Da la impresión de se trata todo el tiempo de Cranston acompañado de nueve maniquíes, monigotes que carecen de carácter como emitir una opinión válida sobre el horror que están viviendo.
Sin ser una formidable película, Trumbo es un buen drama que se disfruta principalmente por las interpretaciones. Es Cranston en su salsa – sarcástico, carismático, deliciosamente rebuscado -, pero, aparte de su tour de force, el filme no tiene mucho mas que ofrecer. A Trumbo le faltaba un auténtico Dalton Trumbo en los libretos, alguien que aportara pathos y lirismo a una situación de injusticia plena, lástima que el libreto actual se excede en verborragia y se queda corto en emociones memorables.