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A raíz de un artículo publicado en este portal mi esposa y yo fuimos convocados para aparecer en el programa de Andrea Politti “Los Unos y los Otros” (canal América), para opinar sobre el tema de la convivencia. Aunque dicha oportunidad jamás se concretó (por un error de los productores, o porque el destino lo quiso así), quise plasmar algunos de los pensamientos que me generó el tema. Lo único que puedo transmitir es mi propia experiencia, la que creo que ha sido feliz y exitosa, y quizás de todo ello pueda servir algo que ayude a los demás. Por esa razón es que me decidí a escribir este artículo.
Por Alejandro Franco – contáctenos
Con mi esposa llevo 18 años de noviazgo. Formalmente estuvimos de novios 3 años, y hace 15 que nos casamos. En ningún momento sentí que tuviera llevar la carga del título del matrimonio, palabra que suele transformar las relaciones y que, a veces, termina por arruinarlas. Ustedes podrán pensar que somos un par en un millón, y que hemos sido bendecidos por alguna suerte especial. Permítanme contarles que en nuestra vida de casados, ni bien recibimos la libreta, comenzaron a pasar desgracias y tristezas durante años: yo quedé desempleado ni bien volví de la luna de miel (la empresa donde trabajaba cerró sus puertas ante la imposibilidad de pagar aguinaldos un 31 de Diciembre), mi suegro falleció de Cáncer a los cinco meses, estuve casi un año sin trabajo, me tocaron empleos detestables, mi esposa (que vivía en San Nicolás y se mudó conmigo a Buenos Aires) comenzó a deprimirse por el exilio porteño, y esto terminó por desembocar en un Cáncer de Ovarios que se llevó todas nuestras posibilidades de ser padres. Los problemas no terminaron allí; como si estuvieramos orinados por un elefante nos traicionaron compañeros y conocidos, nos quedamos sin trabajo en el 2001, y el golpe de gracia terminó por darle el bendito señor De la Rúa, que en Diciembre de dicho año nos dejó con una mano atrás y otra adelante. Con un par de pasajes y $ 10.- en el bolsillo, tuvimos que clausurar nuestro departamento (con todos los muebles adentro) y nos fuimos a (sobre) vivir con lo puesto a San Nicolás, parando con mi suegra bajo el mismo techo y haciendo changas durante un año y medio. y tuvimos desde ese entonces algunos regalitos más, como una enorme pelea familiar y varias situaciones laborales que nos dejaron al borde de repetir la funesta experiencia personal de Diciembre 2001.
Yo suelo creer en varias cosas. Primero, que la vida suele manejar un bizarro sistema de compensaciones, y lo que se va por un lado es indemnizado (de algún modo) por otro. Segundo, el destino de las personas es definido por una mezcla de suerte y decisiones personales, las cuales si son acertadas te permiten ir por un camino tranquilo y medianamente estable. En todos estos años he aprendido de algún modo que la felicidad no es sólo reirse sino también disfrutar de los momentos en donde no hay problemas. Cuando usted se encuentre aburrido de su rutina, viendo en el televisor el mismo programa por enésima vez y se lamente de su suerte, agradezca de que Dios no le ha quemado la casa con un rayo o de que no haya una desgracia en puerta. La gente sólo aprecia lo que tiene cuando lo ha perdido, y esa es una de las conclusiones que sacamos después de todo lo que hemos vivido.
Todas las personas casadas han vivido crisis a lo largo de su matrimonio, sean de la misma pareja, de trabajo, familiares … y de lo que se le ocurra. En general el ser humano tiene una capacidad de supervivencia y adaptación sorprendente, y termina por asumir y organizarse en situaciones gravísimas en cuestión de horas o días. Eso no quita de que, luego de semejante experiencia, la gente sobreviva de manera íntegra – cada uno reacciona de manera diferente a una situación límite -, pero todas las situaciones dejan su marca y la sabiduría de uno consiste en descubrir qué es lo que se puede aprender de la desgracia. Yo les puedo contar que mi relación con Cristina es fantástica y sólida, y ello nos ha permitido superar todas las tormentas que se nos han presentado. Las crisis son una prueba de fuego para la pareja: o las afianzan aún más, o terminan por destruirlas.
Pero tanto la manera de enfrentar las crisis como la convivencia (que es el tema que nos ocupa) son sólo facetas de nuestra relación de pareja. Si la raíz no está sana, es difícil que el árbol sostenga demasiado peso y lo más probable es que termine por derrumbarse. Sería ingenuo decir de que existe una receta universal para ser feliz con otra persona; hace años una conocida me dijo que cada pareja termina por crear su propia receta de equilibrio, y lo que le sirve a ella no le sirve a otros. Hoy en día llevamos adelante un excelente matrimonio (aunque peque de falta de modestia), pero debe quedar claro que también hemos pagado altísimos costos para llegar a este momento. Sin embargo hemos sobrevivido y acá nos encontramos, compartiendo nuestra experiencia con los demás.
He aquí una lista de cosas que he aprendido en todos estos años y que nos ha llevado a tener una convivencia pacífica y feliz:
– todos los seres humanos hemos sido criados como personas individuales y egoístas durante veintipico de años de nuestra vida. Pero pasamos a una situación radical al momento de casarnos, en donde debemos comenzar a compartir todo de un día para el otro. Al momento de resignar egoísmos y comenzar a pensar de manera comunitaria (la pareja, la familia), su matrimonio comienza a funcionar. Quienes fracasan es, en parte, porque no quieren sacrificar ninguno de sus espacios y costumbres que tenían desde que eran solteros.
– al momento de discutir (lo que es lógico, ya que ningún grupo de personas puede funcionar en armonía todo el tiempo), tenga claro cúal es el límite entre la necedad y la falta de respeto. Una vez pasada esa frontera, no hay manera de volver atrás. Una cosa es discutir situaciones e ideas, y otra intentar ganar posturas a costa de denigrar a la persona con la cual se convive todos los días. Esas victorias pírricas suelen dejar profundas lastimaduras que afectan a toda la relación.
– sea paciente y tolerante, y exíjalo a su pareja. Ustedes dos (y sus hijos, si los tienen) son los únicos que pueden habitar su hogar. Las posturas ideológicas de trinchera terminan por matar a los bandos en pugna.
– aún si hay disenso, resuelva las secuelas de la pelea en cuestión de horas. No deje que la herida se agrande; retroceda y recomponga relaciones. Evalúe tambien si el motivo de la discusión era tan importante como para arruinarle el día (una cosa es discutir sobre la venta de una casa y otra sobre cómo se prepara una ensalada).
– disfrute de todas las pequeñas cosas que le da la vida. Desde un cachivache artesanal que haya encima de su televisor hasta un día con un buen clima o la música que pasan por la radio. Todas las cosas que forman parte de su hogar son suyas, usted las ha elegido (sin importar si usted es hombre o mujer, o ha sido una elección conjunta) y están en su casa para hacerlo feliz. Usted vino a esta vida a disfrutar, no a sufrir, y hasta le diría que es un acto de irresponsabilidad no amar las cosas que le rodean, que son suyas y que usted las ha elegido.
– intente ponerle humor a las cosas que hace. Yo sé que a veces las cosas salen para el demonio y que resulta imposible, pero el humor es tanto o más contagioso que la mala onda. Si hubo un problema fuera de casa, que eso quede en la puerta de su hogar. Si hoy tiene un problema de resolución imposible, no se desespere y aguarde a mañana a que se le ocurra algo. A veces el tiempo es una alternativa de decisión. Pero no deje que las malas situaciones se hagan carne, porque así es como la gente se enferma y, a su vez, puede enfermar a otra gente. y los problemas pasan pero los daños a la salud (física y mental) pueden ser permanentes.
– sea honesto, no se obligue a situaciones que no le gustan. Por supuesto, sea sensato al armar esa lista de “situaciones que no le gustan”, y evalúe entre lo que es una tontería y lo que es justificado. Cualquier diferencia, convérsela con su pareja y llegue a un acuerdo.
– no guarde facturas viejas. Toda diferencia fundamental, cuando se archiva, termina por agigantarse con el tiempo y puede explotar en cualquier momento de manera sorpresiva.
– establezca una situación de paridad. Yo creo en personas que se complementan, y con mi esposa tengo una relación de compinches. Muchos hombres piensan que el matrimonio es un feudo y terminan explotando la situación inicial (de enamoramiento e ingenuidad) en su propio beneficio. Déjenme decirles que todas esas situaciones terminan con los roles invertidos y todos los victimarios se transforman en víctimas, derivando (en algunas ocasiones) en situaciones más propias de un siquiatra (o de la crónica policial) que de un terapeuta de parejas.
– y, mi último punto, es que recuerde siempre por qué eligió a su actual pareja como cónyuge. Todas las cosas que usted admiraba y amaba de su pareja están todavía allí, sólo que los sucesos de la vida pueden haberlas empañado o enterrado. Está en usted en mantenerlas a flote y vigentes, no sólo para su regocijo, sino porque también el favor le será retribuído.