Historias de vida: Divorcio: carta de un hijo a su madre

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En la madurez padres e hijos hacen balance de su relación; pero a veces la muerte interrumpe el diálogo y nos deja con deudas pendientes. La clave es no dejar nada en el tintero, volcar lo que dicta el corazón y estar plenamente seguros de nuestras palabras – de un modo que va mas allá del entendimiento y sólo se explica por la fe – serán escuchadas por aquellos que ya no están.

Divorcio: Carta de un hijo a su Madre

Por Alejandro Franco – contáctenos

Hola vieja. ¿Cómo estás?

Ya sé que estás en el cielo pero sé que este mensaje te llegará de alguna manera. Como alguien dijo – medio en broma, medio en serio – no hay señal mas potente en el universo que la WiFi de Dios.

Hace unos días le escribí a mi padre y pensé que también debía hacerte una carta. Hemos quedado con cosas pendientes y la distancia – y la velocidad de tu partida – no nos ha dejado terminar como corresponde nuestros asuntos.

Primero, quiero decirte que soy una persona feliz. Tendré mis altibajos como todo el mundo, pero estoy viviendo la vida que quiero desde hace años. Tengo una gran esposa, una hija increíble (sí, tenés una nieta!; cómo me hubiera gustado que la conozcas!) y trabajo en lo que mas me gusta, que es escribir. Vivo en una ciudad hermosa – la mas uruguaya de las ciudades argentinas, con esa rambla plena de aire puro y ese centro chiquito y surtido que me hace acordar a Piriápolis -, la gente me conoce y me saluda por la calle, tengo una segunda familia que me aprecia, y ya no me siento un extraño en tierra extranjera. Desde que la conocí supe que San Nicolás era mi destino y, aún con todos los sinsabores que tuve que vivir, la ciudad de María siempre terminó por protegerme (y proteger a los míos) y brindarme las cosas que mas quería, incluso aquellas que me parecían inalcanzables.

Si he llegado a este punto de mi vida – de plenitud, de satisfacción – ha sido gracias a tu enorme esfuerzo y sacrificio, a todas las cosas que decidiste dejar atrás para que yo fuera feliz. Honestamente no sé si estoy tan de acuerdo con eso – yo creo que vivir una vida desgraciada para que su hijo sea feliz a toda costa me parece un costo inaceptable; y que los hijos, cuando son adultos, deben compartir la carga y el destino porque, a final de cuentas, estamos todos juntos (vos y yo) en el mismo barco -. Si te fuiste muy temprano es porque tu estilo de vida te extinguió; y esa vida plagada de amarguras y ansiedades – que se tradujeron en enfermedades que terminaron por devorarte – no era necesaria. Siempre tenemos la capacidad de elección, de ir por un camino alternativo en donde podemos encontrar la paz a costa de algunos sacrificios. No siempre la vida nos premia con la felicidad – y es por eso que, después del divorcio, aprendí a apreciar la paz, ese estado en donde no ocurre nada malo aunque tampoco nada bueno; en donde se vive con el cinturón apretado pero nadie te molesta y podés hacer dos o tres cosas que te ponen bien -. Yo he sido feliz en la pobreza, en la época en donde uno aprecia las pequeñas cosas – ir a cambiar revistas a la librería de canje, jugar al Ajedrez con mi abuelo, ir al mercado de caramelos con unas monedas y regresar con un kilo de golosinas como si fuera un millonario, disfrutar las deliciosas comidas de mi abuela aunque las tortillas y las hamburguesas fueran de miniatura – porque lo poco que se consigue tiene un sabor mucho mas intenso. Desde ya, la aspiración a vivir mejor debe ser algo natural pero nunca fue una causa que me desvele; pero a vos, en cambio, te vi desesperada con la necesidad de dejar a la pobreza en el espejo retrovisor. Eso quedó patente cuando nos vinimos a vivir a la Argentina en donde el dinero rendía y uno se podía dar muchos mas gustos que en Uruguay – podías comprarte ropa nueva (aunque fuera la mas barata de Once); podías ir al cine, salir a comer, tener gaseosas y yogur en la heladera… fijate vos qué tonterías nos encadilaban -, pero lo material no lograba compensar la soledad que produce el exilio. A 300 kilómetros de distancia quedaron nuestros amigos, nuestros recuerdos, nuestro pasado; y si la idea de volver a Uruguay estuvo presente por muchísimo tiempo, fue porque nunca pudimos echar raíces en esta nueva tierra… por lo menos hasta yo tuve trabajo, novia y luego familia. Quizás los extranjeros hallemos la felicidad en la segunda generación, esa que deja los prejuicios de lado, se vuelve pragmática y se integra con la nueva sociedad a la que pertenece.

El vivir sumidos en la añoranza nos impide crear nuevos recuerdos. ¿De qué sirve tener el mejor televisor y la mejor ropa si lo único que hemos hecho ha sido convertir a nuestro hogar en una celda de lujo?. Lo material no compensa lo espiritual; y lo mejor de la vida está en la gente que conocés, la que te hace vivir momentos inolvidables. Pero el duelo del exilio es algo que nunca terminaste de cerrar, de dejar atrás el nacionalismo estúpido y entender – como una vez me dijiste (pero nunca lo practicaste) – donde está tu trabajo está tu país. Como tantos otros inmigrantes antes que nosotros la Argentina ha sido tierra de oportunidad y prosperidad, en donde podés alcanzar tus metas con una facilidad pasmosa si te esforzás lo suficiente. Lo material es un premio, no un objetivo en sí mismo. Las cosas que realmente importan están en otro lado y tienen que ver con las personas que nos rodean.

Pero tu vida nunca fue fácil ni equilibrada. Durante mucho tiempo pensé que el divorcio había sido la bomba que había aflojado tus cimientos pero no es así. El tiempo y la distancia (física, emocional) nos ha privado de tener mas sesiones de sinceramiento; y no de la vida común que hemos tenido y que yo ya conozco sino de tu vida previa al casamiento. Entenderte como persona para saber cómo has llegado a ser lo que sos. En tan sólo un par de larguisimas charlas – y, lamentablemente, de las últimas que tendríamos – pude enterarme de muchas cosas. De cómo mis fantásticos abuelos fueron padres terribles – no malos pero sí necios y arbitrarios; una prueba de que muchos hombres y mujeres recién aprenden a ser padres con la siguiente generación, cuando les toca hacerse cargo de sus nietos y corrigen todos los errores que cometieron con sus propios hijos -; o de cómo el sentirte ignorada te volvió necia e idealista, sintiendo la desesperada necesidad de dar tu opinion de todo en todo momento; o cómo la tristeza te llevó a tomar una decisión apurada, casándote demasiado temprano con un tipo al que idealizabas demasiado con tal de poder escapar de casa. No creo que el curso de los acontecimientos – léase el divorcio – hubiera cambiado si hubieras tenido otra crianza, o si hubieras estado contenida por un sicólogo en tu adolescencia (pero, claro, en la década del 60 eso era un tabú reservado para los locos y descarriados). A final de cuentas mi padre era un tren fuera de control y hubiera pasado lo mismo, lo único que quizás hubieras estado mejor preparada. Después de todo el divorcio lo sentiste como un fracaso – volver con la cola entre las piernas a la casa de tus padres, demostrar en silencio que estabas equivocada / demasiado apurada con la persona que elegiste; tener que dejar los sueños de lado para salir al mundo, ponerse a trabajar y hacerse cargo de un hijo pequeño -, y todo lo que siguió fue un cuadro de descontrol. Gastando a toda velocidad el dinero que nos dejó la venta de la casa que compraste con mi padre, embarcándote en un triste emprendimiento comercial – la receptoría de tintorería – que terminó por fundirse en un par de años; saliendo con un par de candidatos lamentables; y, cuando por fin encontraste a alguien como la gente, el poder de tu critica autodestructiva terminó por arruinar la relación. Porque al fin habíamos encontrado a alguien con el cual reconstruir nuestra familia, un tipo fantástico con el cual me entendía y quien me apreciaba, y un tipo que te adoraba en todo sentido; pero era mas fuerte la necesidad de establecer que vos llevabas los pantalones – y que no volverías a estar bajo el control de nadie – que apreciar la gentileza de quien tenías a tu lado. Con él cruzamos el charco y durante un tiempo la fantasía de la familia propia existió… hasta que terminaste por echarlo en un alarde de soberbia que nunca terminaré de entender – mas aún, viendo todo lo que nos trajo el destino después de eso -.

No tengo recriminaciones para hacerte. Lo único que has hecho es protegerme y velar para que tuviera todo lo que precisaba. Entiendo tus circunstancias – no debe haber nada mas difícil que ser una mujer sola, a cargo de un niño y salir a enfrentar el mundo de grande, sin preparación alguna mas que la voluntad de sobrevivir y el talento para improvisar -, y cómo ello se ha traducido en una larga lista de malas decisiones. Pero, si ellas se han traducido en tu infelicidad, por otra parte déjame decirte que diste a luz a una persona íntegra. Nunca me descarrié, siempre aprecié las cosas buenas de la vida, defiendo el trabajo y la honestidad, y creo ciegamente en el poder del amor. y si yo soy así, entonces quizás tu catarata de malas decisiones no haya sido tan terrible después de todo. Mi único dolor ha sido ver tu convencimiento ciego de que una madre debe dar todo por su hijo sin reservar nada para sí misma. Yo no te obligué a ello y, siendo adulto, he peleado contra viento y marea para convencerte de que tenías el poder de cambiar las circunstancias de tu vida. Te he visto sumergirte en las aguas de la locura, conviviendo con alguien a quien no soportabas con tal de asegurar tu independencia económica. ¿Qué clase de precio es ese?. ¿Era necesario semejante sacrificio supremo cuando tu hijo ya era un adulto independiente y responsable?. De nuevo el desvelo por lo material te llevó a tomar una mala decisión, una que sería la final. Quizás mi único reproche sea que, después de todos estos años y de soportar tantas tormentas, no hayas apreciado el valor de la vida modesta, de vivir en paz con lo justo, de hacer lo que uno quiere sin que nadie te moleste.

Falta poco para que se cumplan 20 años de tu partida. Te fuiste muy joven, pero también es cierto que quemaste los cartuchos muy rápido. Me hubiera gustado que me escucharas mas – como lo hacías cuando yo era adolescente -, que dejaras de lado tu ego, que fueras mas pragmática y que pensaras mas en tu felicidad. En la verdadera felicidad que se encuentra en el conocer personas buenas. También que hubieras sido menos frontal, virtud que sólo te trajo mas soledad. En aprender de los hechos de la vida, en aceptar que las personas no se pueden cambiar mas allá de cierto punto, y que uno no debe ser un cruzado exponiendo las injusticias que ve porque la resolución de las mismas no está en nuestras manos. En bajar el escudo que te hiciste después del divorcio y mostrar vulnerabilidad, porque los seres humanos no somos infalibles ni sabemos de todo. y si la vida ha sido dura contigo, también es cierto que tuviste momentos cruciales en donde pudiste tomar decisiones que hubieran cambiado el rumbo de los acontecimientos. Lamento todo lo que viviste, lamento todo lo que sufriste, lamento que hayas terminado de esta manera. Elegiste el sacrificio como motivo de tu vida, y aunque toda mi vida apreciaré tu esfuerzo, me hubiera gustado verte anciana, feliz y sabia, disfrutando de la paz de la vejez como un premio – aunque fuera en soledad – y disfrutando de la familia que he formado, la cual hoy no tiene el gusto de conocerte. Los niños sanan las heridas del corazón; y hoy tu nieta te haría entender que todas las amarguras que has vivido no han sido en vano y que tu recompensa estaba acá, esperándote a la vuelta de la esquina y después de tantas décadas de amarguras y decepciones.

SOBRE EL DIVORCIO

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